Hoy caí en la web de la Cátedra Alfonso Reyes de la Universidad de Monterrey y me topé allí con una videoconferencia de más de una hora de Josefina Ludmer, uno de los referentes teóricos de la literatura contemporánea en América Latina. Conocida por sus reflexiones sobre la literatura posautónoma (versión 1.0 y versión 2.0), aquí habla sobre la importancia de la ciudad en las novelas posteriores a 1990 y de cómo esa figura nos surte de nociones con que pensar la realidad. Para ello se ayuda de fragmentos de Mario Bellatin, Héctor Abad Faciolince o César Aira, cuyas obras le sirven para acuñar categorías territoriales como 'exposición universal' o 'isla urbana' con que analizar la nueva producción literaria.
Ludmer sitúa en 1990 el momento en que el mundo cambió. O dicho de otro modo: el instante en que se vuelve palpable que la configuración del capitalismo y de los imperios es otra (la globalización). La cultura no resulta inmune a esos cambios económicos, sociales y políticos, y ve cómo estos modifican la subjetividad que impregna las novelas y la manera de representar identidades a través de ellas. Los mitos, los estereotipos o los personajes de las narraciones, explica Ludmer, se ordenan y se oponen de una manera distinta a como lo venían haciendo en décadas pasadas.
En esencia, y por resumir, si en los años 60 y 70 habíamos vivido como lógica la oposición entre literatura fantástica y literatura realista o entre literatura rural y literatura urbana, a partir de 1990 esas barreras caen, los contenidos antes disociados ahora aparecen mezclados —«la ciudad se barbariza», por ejemplo— y, cómo no, surgen otras barreras distintas. Como teórica del asunto, lo que se pregunta es ¿con qué nociones pensamos este presente?
Para entender mejor desde dónde habla Ludmer, este fragmento que extraigo de la entrevista que le hizo Flavia Costa puede ser ilustrativo:
Ludmer sitúa en 1990 el momento en que el mundo cambió. O dicho de otro modo: el instante en que se vuelve palpable que la configuración del capitalismo y de los imperios es otra (la globalización). La cultura no resulta inmune a esos cambios económicos, sociales y políticos, y ve cómo estos modifican la subjetividad que impregna las novelas y la manera de representar identidades a través de ellas. Los mitos, los estereotipos o los personajes de las narraciones, explica Ludmer, se ordenan y se oponen de una manera distinta a como lo venían haciendo en décadas pasadas.
En esencia, y por resumir, si en los años 60 y 70 habíamos vivido como lógica la oposición entre literatura fantástica y literatura realista o entre literatura rural y literatura urbana, a partir de 1990 esas barreras caen, los contenidos antes disociados ahora aparecen mezclados —«la ciudad se barbariza», por ejemplo— y, cómo no, surgen otras barreras distintas. Como teórica del asunto, lo que se pregunta es ¿con qué nociones pensamos este presente?
Para entender mejor desde dónde habla Ludmer, este fragmento que extraigo de la entrevista que le hizo Flavia Costa puede ser ilustrativo:
Leo la literatura como si fuera un tarot, como borra de café, como instrumento para ver el mundo.[...] Trato de ver algo, algún punto del mundo en que vivimos, a través de la literatura. Leo el modo en que la literatura construye realidad, construye mundo, temporalidades, subjetividades, territorios, para pensar las condiciones de vida actuales. Y uso la literatura porque tengo entrenamiento en eso, pero se podría ver el mundo a través de cualquier cosa: la sociedad, el cuerpo, las creencias. Una vez que sabés leer algo, lo podés usar para pensar lo más general, incluso podría decir "lo humano" contemporáneo.
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