6 de septiembre de 2015

Canje, Víctor Sombra Macarrón


¿Cómo de capitalistas son las relaciones que mantienen dos países, en teoría, comunistas, como Angola y China? ¿Tiene algún poder de negociación un país africano rico en petróleo y metales valiosos para la industria frente a una superpotencia mundial? ¿Qué papel desempeñan el discurso ecologista, el machista o el de las ONG verdes en los llamados proyectos chinos de «petróleo por infraestructuras»? ¿El funcionario africano nace corrupto... o lo corrompen los empresarios europeos que le enseñan las ventajas de vender la honestidad por un precio apropiado?

He ahí algunas de las preguntas que se plantea Canje (Caballo de Troya, 2014), de Víctor Sombra, una novela con sabor a thriller político. Y ahí radica lo mejor de ella: habla de esa nueva realidad que se está gestando sin que nos demos cuenta, atentos cómo nos estamos —en el mejor de los casos— a nuestras propias tramas de corrupción (Gürtel, Púnica, etc.), al tercer rescate griego o a los atentados en Túnez y Tailandia. Canje nos pone sobre la pista de algunos movimientos geopolíticos de China, aspirante a emperador del mundo.
Además, por encima de toda esa actualidad política, la novela se plantea a través de su personaje Durry una pregunta de calado en términos ideológicos: «Adónde ir. A defender qué». Durry es un tipo bastante peculiar: nacionalidad australiana, unos 50 años, aspecto de chino mestizo, militante comunista casi desde la infancia, ortodoxo en sus convicciones, devorador de libros sobre la historia del comunismo, algo solitario y bastante trotamundos a causa de todo lo anterior. Con todo, quizá el rasgo que mejor lo define es ser un comunista que, a golpe de momento histórico, se ha quedado sin comunismo. O mejor dicho: sin un país donde profesarlo con las garantías debidas.

Eso último merece una explicación. O al menos un intento.

Los padres de Durry fueron asesinados por Suharto en la matanza de 1965. Él sobrevivió y fue adoptado al año siguiente «en el marco de un programa de los sindicatos australianos para acoger a huérfanos indonesios». Hizo vida australiana, adquirió la nacionalidad y fue comunista canguro —o kiwi, como se prefiera— en los 80. Después un buen día, de algún modo, aquello le pareció que de comunismo tenía poco y aceptó una oferta de la RDA para ser agente de inteligencia en la HVA. Mientras está trabajando como espía en China, se cae —derriban— el Muro y su vida comienza a peligrar: a nadie le gusta que le espíen, y mucho menos a los chinos... Desaparecida la RDA, Durry, comunista convencido, mira el globo terráqueo, evalúa sus posibilidades y se hace la gran pregunta: ¿adónde ir, a defender qué?

Su respuesta, en terminos ideológicos, es inquietante: se convierte en una especie de sicario a sueldo de una organización clandestina del Gobierno chino para, como sostiene la contratapa, realizar labores de desrratización y desinfección ideológica... Quizá por eso su editor afima que la novela es «posestalinista, posmaoísta y poscapitalista». Durry no es un bruto que quiere ejercer la violencia y ya está, no; es alguien cultivado que, como el Dragomiloff de Jack London en Asesinatos S.L., sabe muy bien lo que hace.

Canje empezó gustándome por lo que plantea, esto es, por esa combinación de thriller político y novela de ideas. Sin embargo, al menos en el plano formal, pasadas unas 200 páginas, pesa más el enfoque novela-policial-que-compras-en-el-aeropuerto que lo político relativo a la novela ideas y, al menos para este lector, estalla ahí el desencanto. Para entendernos: Durry es un personaje fascinante; sin embargo, sus compañeros de reparto no están a su altura. De hecho, me aburre el largo y algo vacuo folletín amoroso que hay entre un portugués medio mustio que dirige una ONG ecologista en África y una ministra coja angoleña que no puede desenamorarse de él. Es más: me suena a típico recurso de best-seller —o de cine comercial— para enganchar lectores poco exigentes, poco dados al vértigo estético.

(Lo que más odio, con diferencia, de series comerciales como Isabel o El ministerio del tiempo es la ingente cantidad de minutos que dedican al romanceo entre personajes... Y no por el amor —contra el que no tengo nada en contra y el cual practico siempre que puedo—, sino porque suelen ser pasajes llenos de lugares comunes, situaciones previsibles y análisis epidérmico sobre lo que supone construir una relación).
 
El otro problema que tiene la novela, es que trata de abarcar mucho —de contarlo todo— y, como diría Sancho Panza, termina apretando poco. El texto abre tantos planos narrativos en tantos sitios —uno policial en Ginebra, otro de espías en China, otro geopolítico sobre África, el del comunismo...— y al autor le gusta tanto la digresión wikipedística o enredarse en dar explicaciones irrelevantes que, conforme avanzan las páginas, la narración se diluye, pierde peso.

Y es una lástima: Canje tiene un potencial apreciable; a diferencia de otras novelas, esta es la de alguien que tiene algo que contar (y que sabe mucho sobre ello). Un trabajo más a fondo —paciente— con la carpintería textual —ay, ese narrador que nunca sabe callarse a tiempo— hubiera ayudado a Víctor Sombra a conseguir una novela más compacta, con un mejor equilibrio entre los núcleos narrativos que pone en liza. Mucho más potente, en definitiva.

Con todo, quienes gusten de la escritura tipo best-seller pasarán por alto esos detalles de este lector tiquismiquis y disfrutarán de una lectura agradable, centrada en el intríngulis argumental y llena del conocimiento que da —a decir de la solapa— ser consultor en un fondo de inversión libre en Ginebra, haber trabajado para Naciones Unidas o haber vendido maquinaria de precisión en los cinco continentes. En fin, tengo curiosidad por ver cómo será la siguiente novela, la tercera, de este autor; ahí se verá si despega o no.

5 comentarios:

  1. Estimado Rubén, muchas gracias por su reseña de “Canje” en “Aviones Desplumados”, un blog que tengo en gran estima. Su caracterización de Durry me parece especialmente acertada y de hecho me está sirviendo para definir mejor la posible proyección del personaje “… el rasgo que mejor lo define es ser un comunista que, a golpe de momento histórico, se ha quedado sin comunismo. O mejor dicho: sin un país donde profesarlo con las garantías debidas…” Parece natural pensar que, si las andanzas de este personaje tuvieran continuidad ese rasgo se iría haciendo más explícito, de forma que Durry, a través de la misión que tuviera asignada y al tiempo que la desempeña, se reconocería a sí mismo en la actitud de buscar el verdadero comunismo.

    El paisaje humano que Durry transita en “Canje” es el de la supervivencia a la debacle de los regímenes socialistas. Un elenco de personajes de trayectoria y carácter diverso - el propio Durry pero también Michel, Fátima y Nuno, y hasta cierto punto Eduardo-, contradicen de distintas maneras el limpio deceso del comunismo o la identidad de la víctima. La profusión de personajes y situaciones ilustraría, de manera coral y panorámica, conforme Durry nos lleva de uno a otro, que con independencia del valor de los restos del naufragio, no estamos ante el paisaje indistinto e inerte que cabría esperar del fin de la Historia. Y quizá también que algunos de esos rescoldos que se apagan ardiendo pueden alentar futuros incendios.
    Un saludo cordial
    Víctor Sombra

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  2. Muchas gracias por tu lectura, Víctor. Sería bueno que tuvieran continuidad las andanzas de Durry: es un personaje de calado, con un conflicto narrativo —y político— de lo más interesante, con sus luces y sus sombras. ¿Adónde ir, a defender qué? No es poca cosa lo que se pregunta.

    Agradezco el segundo párrafo de tu comentario: lo panorámico y lo coral no me habían dejado ver esa vuelta de tuerca sobre el fin de la Historia que planteaba Francis Fukuyama. Y estoy contigo: el paisaje ni es indistinto ni es inerte, y todo buen rescoldo debe saber resistir, apagarse ardiendo (por seguir tu oxímoron).

    Por último, te enlazo un reportaje que publicó el NYT sobre las relaciones entre China y Ecuador: más petróleo por proyectos. Me lo pasó un amigo uruguayo tras leer esta reseña... El tema de tu novela, digo, es todo un acierto

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  3. Muy interesante, Rubén. No conocía los programas de petróleo por infraestructura en Ecuador, pero se parecen a los de África y Asia Central. Aunque el artículo tiene un sesgo bien marcado, los datos sobre el grado de control chino de las exportaciones de petróleo son impresionantes. Encontré también una versión en español:
    http://www.nytimes.com/2015/07/26/universal/es/con-prestamos-y-exigencias-china-expande-su-influencia-en-ecuador-y-el-resto-de-america-latina.html
    Víctor Sombra

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  4. Y según me explicó una amiga que estuvo trabajando hace poco en Guatemala, lo del canal alternativo al de Panamá, construido por China, también va en serio: http://goo.gl/5eKbyk

    En cuanto al sesgo del NYT, tienes toda la razón: se nota que no llevan bien ese desplazamiento del eje económico desde Estados Unidos hacia China.

    PD. Ni mucho menos soy un experto en estas cosas... Simplemente es una coincidencia de datos que flotaban a mi alrededor (por así decirlo).

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  5. Completamente de acuerdo. El canal de Nicaragua tiene un elemento adicional para seducir a una potencia emergente: plantea una alternativa a la solución actual. Es un poco como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) propuesto por China como alternativa al Banco Asiático de Desarrollo, pero en el fondo también al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, que dominan los países occidentales. Mi banco, mi canal, o al menos uno en que se vean suficientemente representados.
    VSM

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