15 de marzo de 2015

El agua que falta, Noelia Pena



*

La leyenda del catálogo de una conocida multinacional de muebles sueca dice: «La revolución empieza en casa». La realidad que usa la palabra revolución para vendernos unos muebles que debemos montar nosotros mismos debe ser desmontada ella misma.

*

¿Qué palabras haremos nuestras ahora que todos los significados han sido neutralizados, que no parece haber opción alguna entre la ingenuidad y el anuncio publicitario? A veces siento que para ofrecer resistencia necesitaría palabras que no fuesen comestibles para el poder, que no fuesen fagocitadas al instante.

*

No dejo de pensar en cómo interrumpir el funcionamiento automático de la realidad, esa que nos hace vender nuestro tiempo y nuestra energía con la promesa ridícula de obtener a cambio más tiempo o algo así como una vida, las monedas exactas para comprar suficiente comida.

*

«Todo me ata, todo me amansa», me digo ahora, pero... ¿qué es lo que en verdad me ata?, ¿qué es lo que me amansa? Esas son las preguntas de las que no me puedo escapar.

*

Cada vez que consigo dejar caer una de las imposturas que se interponen entre mí misma y los demás, siento que tengo que aprender de nuevo a hablar. Desatar ese miedo anudado en el fondo de la garganta, protección que nunca ha protegido a nadie, que solo nos ha enseñado a nadar en un estanque de obediencia, la docilidad del buen estudiante: «No molestes, no preguntes, no mires a los ojos, no seas impertinente, siéntate bien».

*

El capitalismo ha dejado hace tiempo de vender objetos. En su lugar vende experiencias, modos de vida, eternidad. Al doblar la esquina puede asaltarte un coolhunter, uno de esos «cazadores de tendencias» habilitados para convertir tu combinación de botas, camisa y sombrero en una moda selecta; la página par de una revista; la marquesina desde la cual una chica escuálida clavará sus ojos en ti mientras esperas el bus con impaciencia. Las armas secretas del capitalismo nunca parecen armas. Las estrategias de marketing son armas blancas. La mirada de esa modelo es lanzada desde ultratumba. Pero hemos aprendido a ver tan solo moda, belleza y no muerte.

En realidad nos hemos acostumbrado a que las mercancías sean efímeras, pero no lo hemos acompañado de la enseñanza de que todo tiene un fin o que todo se acaba, más bien lo contrario, todo es renovable, todo es sustituible. «No llores, ya compraremos otro, uno mejor». Apenas permitimos que las cosas que compramos se degraden, no consentimos que algo llegue a tener un roto, una muesca, un rastro nimio del paso del tiempo. Cualquier atisbo de imperfección hace de nuestras posesiones algo absolutamente prescindible. Esa arruga, esa mirada, la chica de la foto de la marquesina.

*

Fragmentos extraídos de  El agua que falta, Noelia Pena (Caballo de Troya, 2014).

Más agua, en el blog de la autora.





No hay comentarios:

Publicar un comentario