Ya lo he contado en alguna ocasión: empiezo reseñas que nunca termino... Ante la posibilidad de que me suceda eso con este ensayo de Víctor Lenore, he decidido salvar al menos un par de cosas que en algún momento había pensado incluir en la (potencial) reseña y que, al final, se habían quedado sin hueco.
Lo primero es la transcripción de un pasaje del libro que funciona como una suerte de parábola exprés para entender la esencia de la filosofía hípster, esto es, algo que el sociólogo Pierre Bourdieu usaría para explicarnos aquello de el «mecanismo de la distinción». Lo segunda es una lista de 11 mandamientos hispterianos que he elaborado yo a la vista de lo que cuenta Víctor Lenore.
Lo dicho, mientras llega la reseña —si es que llega—, ahí va algo de material de un libro muy recomendable para repensar la yunta música y política en los 90.
Lo primero es la transcripción de un pasaje del libro que funciona como una suerte de parábola exprés para entender la esencia de la filosofía hípster, esto es, algo que el sociólogo Pierre Bourdieu usaría para explicarnos aquello de el «mecanismo de la distinción». Lo segunda es una lista de 11 mandamientos hispterianos que he elaborado yo a la vista de lo que cuenta Víctor Lenore.
Lo dicho, mientras llega la reseña —si es que llega—, ahí va algo de material de un libro muy recomendable para repensar la yunta música y política en los 90.
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Parábaola exprés para entender la filosofía hípster
[...] si un universitario de clase media escucha techno en un club caro de diseño, estamos ante un acto cultural, pero si un reponedor de Ahorramás se acerca a un polígono a bailar algo parecido solamente es diversión descerebrada. Igual los dos chicos del ejemplo han ido a escuchar al mismo discjockey, pogamos Jeff Mills, Laurent Garnier o Dave Clarke. Pero no es lo mismo: nos negamos a admitir que una sesión rodeado de albañiles tenga el mismo valor cultural que otra donde bailas entre estilistas, diseñadores gráficos y community managers. La creación de la cultura pop premium (más cara, estirada y con los medios de comunicación de su parte) funciona como herramienta para legitimar el clasismo. El Sónar es un festival pijo de Barcelona, lo cual siempre da derecho al triple de atención mediática que a Monegros, que se celebra en Huesca y suele atraer a público de la clase trabajadora.
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11 mandamientos para ser un buen hípster
- Lo político es panfletario. Repítelo hasta la saciedad: esta debe ser una de las piedras angulares de tu sofisticado, avanzado y exquito pensamiento artístico.
- Si no te convence (1), prueba a reformularlo así: «Hablar de política o dinero no es estético». Es decir: lo político es feo; no es digno de alguien que se cuenta a sí mismo a través de las marcas que consume, el cine tan raro que ve o la literatura minoritaria que engulle.
- La palabra estética, vaciada cualquier reminiscencia filosófica y tomada como mero sinónimo de aspecto, debe impregnar tu cháchara cotidiana. Esa palabra y otras como sofisticado, avanzado o exquisito deben ser a tu discurso hípster lo que excelencia, proactividad o win-win a la retórica empresarial (esa que te prefiere como trabajador autónomo —dependiente o no— a contratado para evitar pagar tus seguros sociales y prescindir de tus servicios sin indemnizarte).
- Ser pobre o ganar una mierda no es una excusa para no profesar el hipsterismo. Si no puedes diferenciarte de chonis, canis, panchitos, currelas y demás tropa por lo que ganas —es lo que tiene el precariado—, al menos hazlo por la estética.
- Muéstrate siempre —aunque no lo seas— más inteligente que el resto: ironiza sin pudor ante todos y de todo. Presume de tu cinismo y, si te sale, de misantropía. A tus hermanos y semejantes —cita de manera encubierta, que siempre te hace quedar bien—, dales la ración de sociofobia que merecen.
- Un buen hípster puede afirmar a la vez el punto 4 y, en paralelo, adorar —los hípsters son muy de adorar y de ser adorados— a David Foster Wallace. Tranqui, la posmodernidad es eso: incoherencia entre lo que hablas y lo que haces, falta de compresión lectora, etcétera. What the hell is water?
- El hípster defiende el individualismo a full (y anglófilo, claro). Así que, nada, tú por un lado y la masa, por otro... Ya sabes: los borregos son siempre los otros. Tú no. Tú, ante todo, eres un refinado consumidor; un consumidor con criterio —Apple, Carhartt, Fred Perry, buscas caras B de los Stone Roses, alcanzas el éxtasis con las amanzanadas canciones de Smog, ves Mad Men o incluso sabes la biografía de los actores de IT Crowd...—; en definitiva, tú eres un consumidor que gasta mucho dinero para que su identidad emane de sus gustos. Lo dicho: tú vives al margen del capitalismo, tú no eres masa.
- Que sí, que sí, tranquilas todas las agencias de publicidad, gerencias de márketing, empresas y medios de comunicación que viven de esto: hiperconsumismo, sí, pero cool... Ah, y con orgullo de pertenencia, que el remordimiento es cosa de feos, cutres y perroflautas.
- Píldora intelectual: «Las modas son la vacuna contra el aburrimiento», dijo Carlos Berlanga (un chico cool de clase alta y con una «tremenda clase» que no supo muy bien qué hacer con su vida).
- Recuerda: el záping estético —constante— es un arma cargada de futuro. Puedes ser posrock, afterpop, neocountry... Lo que quieras, menos posmitómano, posindividualista o posesnob.
- Y, si en algún momento te asola la duda existencial, recuerda: Morrisey apoyó hace poco al UKIP, Bob Dylan flirteó con Juan Pablo II, el beat William Burroghs colaboró con Nike, Keith Richards apoyó a Tony Blair en la invasión de Irak y hasta Josep Guardiola, que iba de poeta del fútbol y de comprometido políticamente, terminó prestando su imagen para el Banco Sabadell (avalista hoy, por ejemplo, de Rodrigo Rato). Lo dicho: la incoherencia entre lo que dices y lo que haces es cool.
Be cool, be hipster!