1 de mayo de 2013

El cuento de nunca acabar, Medardo Fraile

Todo empezó con un error: vi un lomo gordo —el típico de un libro de unas 600 páginas— en la estantería de la biblioteca, leí la palabra cuento y pensé que había dado con los cuentos completos del autor. Así que saqué el libro y, sin ni siquiera hojearlo, me lo llevé a casa. Cuando lo abrí para leerlo, descubrí que era un libro de memorias... Y, lo reconozco, me llevé una decepción: tenía poco o nulo interés en las memorias de un autor al que no he leído y a quien solo conozco por referencias.

Sin embargo, cosa rara en mí, me leí el libro enterito. Es más: con gusto y todo, pues lo abrí y la primera frase comenzaba hablando del barrio de Delicias, donde viví una temporada y por el que aún camino muchos días. Decía así:
Es improbable que mi padre y yo nos paseáramos en el barrio de Delicias por casualidad.
Y, claro, pese a mi reticencia inicial, desde esa primera frase lo improbable era que yo no siguiese leyendo. Conecté en seguida con el tono y, sobre todo, con la manera de contar. A los dos párrafos, ya me había dado cuenta de que Medardo Fraile escribía muy bien. De que es un autor que maneja el idioma de tal modo y tiene tal control sobre la composición del texto que solo puede enriquecerte, escriba lo que escriba.

Honestamente, yo no tenía el menor interés en conocer la infancia del autor. Ni en aprender tanto sobre los movimientos vanguardistas que se dieron en el teatro español franquista. Ni en leer sobre lo estupendas que eran las tertulias literarias de antaño, los dimes y diretes de la revista literaria de turno o sobre si zutano o mengano hablaron bien o mal de los cuentos de Medardo Fraile. En serio, ningún interés (o casi). Y sin embargo, me zampé entero, y hasta con gusto, el libro. Es lo que tienen los buenos narradores: convierten en interesante hasta lo más nimio.

Es más: aquí estoy, semanas después, poniendo en limpio las notas que tomé en su día...

Eso sí, además de la prosa, otras tres razones me llevaron a leerme el libro entero. La primera es que Fraile habla de una generación literaria que me interesa; la formada por gente como Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Jesús López Pacheco o Jesús Fernández Santos. Al respecto, me ha llamado la atención, por ejemplo, que sostenga que El Jarama es un mal libro. Es más: según conversó con Ferlosio, amigo suyo, este le confirmó que ese libro había sido «un error». He ahí un dato cuando menos curioso y que tendré en cuenta cuando relea esa novela.

La segunda razón es que una parte las memorias esboza un típico retrato de época. En este caso, vemos que en la España franquista se decía que las divorciadas eran mujeres que cruzaban las piernas y fumaban. Que durante la mili en Madrid podían pedirte tomar al asalto el alto de Garabitas, en la Casa de Campo (al que he subido varias veces en bici). Que entonces si querías estudiar fuera de España había que pedirle permiso al Gobierno y este, como mucho, te dejaba salir un par de meses. O que Manolete fue a México y exigió que arriasen la bandera republicana e izasen la nacional porque si no él no toreaba... Los aficionados republicanos, a pesar de ese feo ideológico, ovacionaron su arte taurino. En fin, esa clase de historias, anécdotas o reflexiones que te ayudan a comprender mejor el lugar donde vives.

Por último, la tercera razón sería algo así como la parte del cotilleo. A saber, que los artistas noveles le pedían audiencia a Carmen Polo para que la señora acudiese a sus estrenos y que así ella garantizase el éxito del estreno... O que, como ya sospechaba, lo de amañar premios no es de ahora, viene de siempre; se llamen Planeta, Nadal o Nacional de Literatura. Eso sí, dos cosas me molestaron de Medardo Fraile: una, su obsesión por citar la calle y el número de donde vivía todo quisque; la segunda, que hable mal de la Pedriza y, por extensión, de la naturaleza (bah, es una referencia sin más, pero me jodió: yo soy pedricero). Intentaré no pensar en ello cuando me agencie, ahora sí, sus cuentos completos. Si antes ya tenía ganas de leerlos, ahora un poquito más.

PD. Entre que leí el libro y he escrito la reseña cayó en mis manos el volumen con los cuentos completos de Jesús Fernández Santos. Quizá sea un señal.

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