Llevo una temporada sin actualizar el blog. He publicado varios artículos en CTXT, pero no he encontrado el momento de sentarme y de subirlos. Va siendo hora de ponerle remedio. A eso vengo. Paciencia, pues, si tras tanto silencio, llega una retahíla de mensajes (cosa que dudo, pero bueno...).
Empiezo por rescatar este artículo de finales de octubre de 2020. Es sobre Trilogía del dolor, de Daniel Mella, publicado por la editorial Comba, un volumen que contiene las tres primeras novelas de este escritor uruguayo: Pogo, Derretimiento y Noviembre. Mi lectura estuvo precedida por una entrevista con Mella en 2018 a propósito del libro de cuentos Lava y de la novela El hermano mayor. También de una charla en su casa de Parque del Plata en enero de 2019.
Parecía que el 2020 iba a ser un gran año para literatura uruguaya en España: no habíamos llegado a marzo, y ya estaban la trilogía de Gustavo Espinosa y la de Daniel Mella en circulación. Más adelante, veríamos la reedición de La azotea, y la publicación de No soñarás flores, de Fernanda Trías. Seguramente, salió incluso algún libro más del que ahora no me acuerdo. Sin embargo, el coronavirus nos hizo entrar en fase plaga bíblica y juraría que pasó inadvertido algo tan notable como la llegada de tanto libro uruguayo en un mismo año. Después de la próxima glaciación o lluvia de meteoritos, todo saldrá mejor.
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Arte del sufrimiento
Daniel Mella, el hombre que no podía escribir de manera luminosa
El dolor y la muerte han sido el motor principal de su escritura, tildada con frecuencia de pesimista, oscura o depresiva
Rubén A. Arribas 23/10/2020
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Daniel Mella. Foto cedida por editorial Comba.
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Mientras leía Trilogía del dolor, recordé aquella tarde de
enero de 2019 en que Mella me recibió en su casa de Parque del Plata
(Uruguay) para tomar unas cervezas y charlar. Unos meses antes habíamos
hecho una entrevista por videoconferencia para CTXT a propósito de la publicación en España de su libro de cuentos Lava y de su novela El hermano mayor,
y nos pareció buena idea retomar aquella conversación en persona.
Durante la entrevista, Mella había hablado larga e íntimamente sobre la
muerte de varios de sus seres queridos y del peso de esa experiencia en
su obra. Al terminar había dicho algo que me había conmovido: quienes
mueren nos regalan un estado de claridad y nitidez, y al menos por unos
días se nos aclaran las prioridades y nos aferramos a “no volver nunca
del todo a la realidad pelotuda”. Curiosamente, aquella tarde de verano
austral en que lo visité dejamos a la muerte en paz y el único dolor que
cruzó la conversación fue el de su espalda.
De hecho, nada más entrar en su casa, Daniel tiró sus 192 centímetros de
exjugador de baloncesto al suelo y se puso a hacer estiramientos: el
lumbago lo estaba matando. Se tendió entre la chimenea y una larga tabla
de surf que, según explicó, hacía años que no utilizaba a pesar de
tener el mar a 500 metros. Lo de hacer deporte había sido un pecado de
juventud: a los 18 años atravesó una larga crisis personal de la que
salió, entre otras cosas, fumador, exmormón y fenómeno literario. Esto
último al menos tiene explicación: los azares editoriales quisieron que
sus dos primeras novelas salieran en dos sellos distintos con un mes de
diferencia; eso, unido a su edad, 21 años, resultó un bombazo para el
pequeño y manso mundo cultural uruguayo de finales de los noventa. La
mercadotecnia tardó poco en elevarlo a los altares de gran promesa
literaria, algo que terminó siendo un estigma y una losa para él.
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