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2 de agosto de 2013

Moral laica, Robert Louis Stevenson

Nos dejó dicho el autor de La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson:

La sociedad no fue ensamblada y defendida con tanta sangre y elocuencia para la comodidad de dos o tres millonarios y unos pocos cientos más de personas de fortuna y buena posición.

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Tomad algunas de las palabras de Cristo y comparadlas con nuestras doctrinas actuales. «No podéis —dice— servir a Dios y al Dinero». ¿No podemos? ¡Y todo nuestro sistema nos enseña cómo podemos!
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La ética que apoyamos es la de Benjamin Franklin. «La honestidad es la mejor conducta» tal vez sea un lema difícil.

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Lo que un hombre gasta en sí mismo,
tiene que habérselo ganado con sus servicios a la humanidad.

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Aunque no hay que despreciar ninguna, siempre es mejor política aprender a desarrollar una afición que conseguir mil libras; pues el dinero pronto se habrá gastado, o quizás no sientas alegría alguna en gastarlo; pero tu afición permanece intacta y se renueva siempre. Llegar a ser botánico, geólogo, filósofo social, anticuario o artista supone aumentar las posesiones personales en el universo en un grado incalculablemente superior, y gracias a una propiedad más segura que comprar una finca de muchos acres. Tenías 2000 libras antes de esa operación; tras ella quizás recaudes 2500. Eso representa tu ganancia, en este caso. Mas en el otro, has rasgado un velo que ocultaba sentido y belleza.


                                                                                  

Traducción de Miguel Ángel Bernat, junio 2002.
Editorial Acuarela libros, www.acuarelalibros.com

1 de enero de 2009

Robert Louis Stevenson

«El problema de la educación es doble: primero conocer, luego expresar. Cualquiera que vive algo semejante a una vida interior, piensa más noble y profundamente que habla; y el mejor de los maestros sólo puede impartir imágenes rotas de la verdad que percibe. El lenguaje que enlaza dos naturalezas, y lo que es peor, dos experiencias, es doblemente relativo. El que habla entierra su significado; es el que escucha el que ha de desenterrarlo; y todo discurso, escrito o hablado, se cifra en una lengua muerta hasta que halla un oyente deseoso y preparado.

Más aún, tal es la complejidad de la vida, que cuando en nuestro consejo condescendendemos a los detalles, podemos estar seguros de que condescendemos con error; asimismo, la mejor educación consiste en dejar caer algunas pistas magnánimas. Ningún hombre ha sido nunca tan pobre que pudiera expresar todo lo que lleva dentro de sí por medio de palabras, miradas o actos; su verdadero conocimiento es eternamente incomunicable, porque es un conocimiento de sí mismo; y su más alta sabiduría viene a él no por una elaboración de la mente, sino por una orientación suprema de su 'yo', que en sus dictados permanece cambiante de hora en hora, en consonancia con la variación de acontecimientos y circunstancias.»

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Moral laica, Robert Louis Stevenson.
Traducción de Miguel Ángel Bernat.
Acuarela Libros, Madrid 2002.