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21 de junio de 2015

Néstor Mir, detective salvaje en busca de Ulises Luna

«Me era imposible no contar esta obsesión mía
con Los Suicidas y Ulises Luna...»



Viajar por el mundo buscando pistas sobre una desconocida banda protopunk del underground rioplatense de los 70 puede ser la excusa perfecta para poner patas arriba tu vida. Eso le sucedió al menos a Néstor Mir en 2007 tras escuchar un casete que una chica uruguaya se había dejado olvidado en su casa. Desde entonces, este músico y escritor valenciano ha viajado por Argentina, Uruguay y Estados Unidos recabando información sobre Los Suicidas y, sobre todo, tratando de encontrar a alguno de sus integrantes para entrevistarlo... Por ahora, y pese al gran esfuerzo que ha desplegado, la fortuna le ha sido esquiva.

Su intención inicial —y la de los amigos que lo acompañaron— era rodar un documental. Sin embargo, a falta de financiación y de encontrar a algún miembro de la banda —tan escurridizos todos como Cesárea Tinajero para los detectives salvajes de Bolaño—, el documental está parado: las horas y horas de grabación que consiguieron, de momento, no son más que eso... Por esa razón, obsesionado como estaba con Los Suicidas, Mir ha encontrado en el periodismo y la literatura un modo de seguir con la búsqueda y, sobre todo, de contar cómo le ha cambiado la vida perseguir a unos tipos tan difíciles de encontrar.

Así, en 2008 publicó Tras la pista de Los Suicidas, una larga crónica sobre el viaje rioplatense, y, a finales de 2014, La conquista del Oeste (o la muerte de Ulises Zuma), un texto que novela el viaje costa a costa por los Estados Unidos tras la estela del guitarrista de la banda. Además, la novela tiene un apéndice audiovisual en forma de docutráiler (35 min) que muestra algunos de los escenarios que Mir y sus amigos recorrieron. Entre las aristas más fascinantes de esta investigación, destacan dos: Ulises Luna trabajó en los estudios de un amigo íntimo de Neil Young y, en Uruguay, la leyenda de Los Suicidas es carne ya del
fanfiction.

Rubén A. Arribas


Hasta ahora, además de como músico, eras conocido por ser el responsable de Malatesta Records, un proyecto cooperativo discográfico muy conocido en Valencia. ¿Por qué pensaste en abrir el campo de juego desde los discos a los libros?
Muchos escritores de canciones esconden un escritor puro y duro. Los músicos necesitan una discográfica para publicar sus canciones y los músicos que quieren ser escritores una editorial para publicar sus novelas, poemas o cómics. Para mí ha sido un proceso natural.

¿Y qué hace un músico como tú escribiendo una novela como La conquista del Oeste (o la muerte de Ulises Zuma)?
Escribir letras de canciones fue lo que me llevó a ser músico. Por lo tanto, la pregunta podría ser también la contraria: ¿qué hace alguien que escribe componiendo canciones? Y si bien son registros diferentes, veo muy normal que alguien que escribe letras de canciones se sienta tentado por la narrativa, la poesía o cualquier otro tipo de disciplina literaria; en el fondo, todo eso comparte un mismo motor: la necesidad de contar historias o de compartir percepciones del mundo. Otra cosa es que un músico domine con soltura las herramientas necesarias para escribir, como en mi caso, una novela. De hecho, ese ha sido uno de los grandes quebraderos de cabeza que he tenido.

Ahora hay un especie de boom de músicos que publican libros... ¿Hubo alguno que te sirviera como referencia?
Yo quería que La conquista del Oeste tuviese el formato de una novela, no el de una sucesión de anécdotas de viaje o experiencias. En este sentido, las novelas que me han parecido más logradas han sido Cosas que los nietos deberían saber, de Mark Oliver Everett, y Rat Girl, de Kristin Hersh. Esta segunda, para mi gusto, aunque menos efectista, está más cerca de tener una verdadera intencionalidad narrativa; la de Mark Oliver transita una muy delgada línea literaria que evidencia su falta de oficio, cosa que suple de sobra con el interés de lo que cuenta. En el ámbito nacional, Nacho Vegas, Corcobado, Sr. Chinarro o Robe Iniesta son las propuestas que he leído o me interesaría leer, ya que todos ellos tienen una voluntad de hacer narrativa. No me interesa, en un principio, como creador, el boom de la edición de libros escritos por músicos que cuentan sus giras o que escriben un diario de su vida musical. Necesito algo más, algo que le dé un empaque de novela.

La gente de la literatura suele hablar de la música que escucha... ¿Hay muchos músicos que hablan de lo que leen? ¿Es fácil o complicado cambiar libros con ellos?
Me suelo juntar, no solo con músicos, sino con personas que leen, y con todo el mundo trato de intercambiar información literaria. Ahora bien: es cierto que en el mundo de la música popular no es necesario leer; todo puede ser más primitivo y visceral, y está bien que así sea, o quizás no. Lo queramos o no leer sigue viéndose como algo elitista, como algo bizarro e intelectual, algo que da especificidad al individuo; en cambio, la música popular, como su nombre indica, tiende a masificar a la gente.


LA NOVELA COMO MAPA SONORO (O ULISES LUNA COMO OBSESIÓN)

¿Quién es Ulises Luna (o Zuma)? ¿Por qué esa fascinación tan fuerte que termina en viaje por Estados Unidos junto con unos amigos para intentar encontrarlo?
Ulises Luna fue el guitarrista de Los Suicidas, una banda protopunk de finales de los sesenta, principios de los setenta, no se sabe muy bien si de origen argentino o uruguayo. Y mi fascinación tanto con él como con la banda tiene que ver con la frustración de no haber dado nunca con ellos. La historia de la búsqueda de algo que no podemos o no sabemos encontrar es un motor muy potente de creación. Y en esta vida tenemos que encontrar cosas que nos pongan en marcha hacia lugares donde nunca habríamos pensado llegar, como cruzar los Estados Unidos con un grupo de amigos en busca de Uli Zuma, o escribir una novela sobre dicha experiencia.

Ganancias y pérdidas, único disco de Los Suicidas
¿Te ha influido musicalmente de algún modo?
La búsqueda de Uli Zuma no me ha llevado a descubrir nuevas sensaciones musicales, más bien ha ordenado el conocimiento que tenía sobre ellas y las ha situado en un espacio temporal concreto: el pasado. Mi pasado. Seguir con la investigación de la vida de Uli Zuma me ha llevado a considerar qué quiero ser yo como músico hoy, ahora, que ya no soy un adolescente, y en el futuro. Y por lo que pudimos deducir sobre su vida mientras viajábamos de costa a costa por los Estados Unidos, su postura me parece la más coherente de todas, y esa filosofía de vida musical sí que me ha influido.

Me ha sido imposible escuchar una sola canción de Los Suicidas en internet... ¿Por qué? ¿A qué sonarían?
En la época en que todo está en internet, ellos no están... Extraño, pero comprensible. Hay que verlo desde el punto de vista del coleccionista loco. Imagínate, si cuando fuimos a Montevideo en el 2007 nos pedían más de 2000 € por su disco, lo que se puede pedir hoy... Yo, si tuviera algo de su música, tampoco la colgaría en la web. Como he contado en Tras la pista de Los Suicidas, sonaban a protopunk, salvajes; pero, al mismo tiempo, en su música se dejaba entrever que ahí había material para algo más. El tema que cierra el casete —el que se dejó la chica uruguaya en mi casa— muestra una parte de ellos mucho más experimental y atmosférica, con repuntes de violencia, pero más centrados en las texturas. Era una canción instrumental, seguramente escrita por Ulises Luna.

Por cierto, ¿tú crees que Neil Young sabe algo o tiene algo de Ulises Luna?
Uli Zuma —o Ulises Luna, igual da— trabajó en los estudios de Danny Purcell, en Nashville, y Neil Young era íntimo amigo de Danny, así que seguramente en la música de Neil Young haya algo de Uli Zuma, algo que ni tan siquiera Neil Young es capaz de discernir qué es. Esto no lo comprobamos en el viaje, pero parece probable que, durante alguna grabación de Neil Young, Uli Zuma estuviera a los mandos de la mesa de mezclas y, si fue así, sin duda imprimió su magia.

La novela reflexiona, de algún modo, sobre diferentes maneras de ser músico. Johnny Hickman, Alf Ródeo, Ulises Luna o el propio Nel Rim y sus amigos encarnan diferentes maneras de entender o de sobrevivir en el oficio, ¿no?
Esto es cierto, pero no está hecho de forma premeditada; los personajes, al ser reales, viven cada uno de la música de manera diferente. Desde la manera más romántica e idílica de Uli Zuma, que viaja donde le da la gana y hace lo que quiere en cada momento, hasta la manera más real, la de Johnny Hickman, quien después de sus años de juventud se tiene que tomar la vida en carretera más como su manera de pagar la hipoteca que como una constante aventura.

Dos de los personajes centrales, Paco y Nel Rim, viajan montones de kilómetros para ver a sus bandas favoritas (Cracker, en el caso de Paco, y Lou Reed, Neil Young o Public Enemy, en el caso de Nel Rim). ¿Qué lugar quisiste darle a la mitomanía dentro de la novela?
Yo no lo vería tanto como una mitomanía, ya que eso implica centrarse en la persona. Por lo menos en mi caso —no sé si Paco compartiría también esta visión—, lo que me llevó a ver todos aquellos conciertos, algunas veces incluso viajando solo, fue el deseo de aventura. Es decir: lo que comentaba antes del motor que te permite no solo contar historias, sino también vivirlas. La música, más que los personajes que pululan por ella, ha sido lo que durante muchos años me ha llevado a hacer cosas que no hubiese hecho de otro modo.

Grabando a Renée Pietrafesa, amiga de Ulises Luna.
Si bien esta novela contiene un mapa sonoro menos amplio que Tras la pista de Los Suicidas —una texto donde afloran montones de bandas rioplatenses—, la música, los músicos y los lugares musicales desempeñan un papel importante en la narración. ¿Como trabajaste ese aspecto?
Digamos que aparentemente, el recorrido musical es el trayecto que marca la historia, que es como si dijéramos la trama con la que el lector se va a chocar frontalmente (el relato I), y para ello solo tuve que dejarme llevar por la corriente de la investigación. Esa corriente me llevó a dar con los músicos que aparecen en la novela. Pero, aunque parezca paradójico, el recorrido por la realidad musical es una mera excusa, una mera metáfora que me permite plantearle al lector entrar en el relato II, es decir, en la trama verdadera, lo que de verdad quiero contarle.

Con lo de Tim Warren, me he quedado igual que el narrador... ¿Quién es? ¿Por qué es tan importante dentro de ciertos círculos?
En Nueva York York, de la mano de los Hymns, buscando alguna pista de Uli Zuma, recorrimos muchos lugares vinculados con la música. Uno de ellos fue la tienda de discos de Tim Warren. Es un coleccionista y vendedor de discos loco que tiene un bajo lleno de discos en Brooklyn. Dos de nuestros compañeros de viaje, también coleccionistas de discos, comentaban que era toda una referencia del garage, el tropicalismo y todo tipo de bizarrerías. En el 2008 aún no existían en Radio 3 programas como El sótano, y aún no se había producido ese resurgir garagero que hoy ya se ha convertido en indiemainstream.


ULISES LUNA: ¿URUGUAYO O ARGENTINO?

¿En qué sentido te cambió el viaje a Uruguay y Argentina buscando a Los Suicidas?
Esa fue la primera gran aventura... Esa primera gran aventura que todos y cada uno de nosotros deberíamos hacer al menos una vez en la vida. Además, aquello tuvo el componente irrepetible de ser un viaje de trabajo y diversión. No hay mejor manera de descubrir un país que ir allí con una razón clara. Nosotros fuimos a Argentina y Uruguay, pero no fuimos a cualquier cosa: fuimos a buscar a Los Suicidas, y eso nos dio una visión particular de los países y del trato con las personas. Teníamos una excusa para hablar con la gente que iba más allá del intercambio de información turística o de dinero. Si de por sí viajar ya te cambia la mente, si a eso le añades el componente de aventura, ya es lo máximo: crea adicción, y no puedes dejarlo.

En Loveland (Denver), entrevistando a Johnny Hickman
¿Lo de viajar por Estados Unidos al año siguiente buscando a Ulises Luna tiene que ver con esa adicción?
Totalmente... En serio, lo de la aventura es muy adictivo; te enganchas y ya no ves el momento de volver a tu vida normal. De hecho, como no encontramos a Ulises Luna después de 3 semanas buscándolo por medio Estados Unidos, enseguida hicimos planes para continuar buscándolo por Australia o Seattle... Menos mal que, al final, se impuso una responsabilidad mayor: la paternidad.

Hasta donde sé y he leído, Ulises Luna ha generado algunas historias apócrifas y continuaciones en plan fractal en Uruguay. ¿Podrías aclararme algo de ese asunto?
La historia de Los Suicidas produjo un gran impacto en la gente que entrevistamos en Montevideo, y algunos pensaron que era una gran historia y que merecía ser investigada. De hecho, el periodista Gabriel Peveroni —quien me publicó en la revista virtual Free Way entre 2007 y 2008 un diario reducido de Tras la pista de Los Suicidas—, no solo lo pensó, sino que se puso a investigar por su cuenta. Parece ser que él llegó a lugares por donde yo no transité y que contradicen algunos de los puntos que yo defiendo. Pero, claro está, al no haber conseguido dar con los músicos para que nos aclaren la cuestión, todo es posible.

¿Qué lugares son esos? Entonces, ¿existe o no existe esa tal María Zauber de la que habla Peveroni en su artículo del diario argentino Página/12?
Me refiero a que Gabriel Peveroni, en sentido metafórico, transitó por lugares de la historia por los que yo no pasé; quiero decir: él dio con la pista de María Zauber, y aunque yo en su día le comenté que investigar a María Zauber me parecía un error, desde la revista Free Way se empeñó en que algunos de los colaboradores —entre los que yo estaba en ese momento— tirásemos del hilo de esa pista que él, supuestamente, había conseguido, para contar una historia colectiva alrededor de esa figura.

¿Pero tuvo hijos o no Ulises Luna? En La conquista del Oeste, el narrador, Nel Rim nos recuerda varias veces que era gay...

En nuestro viaje nunca aparecieron indicios de que Ulises hubiera tenido hijos... Pero Peveroni quería una historia sobre María Zauber. Él me había ayudado a dar visibilidad a la historia de Los Suicidas difundiéndola —gracias a Free Way fuimos a buscar a Uli Zuma por los EE. UU.—, así que le escribí lo primero que se me pasó por la cabeza y se lo envié. Hasta ahí puedo contarte. Gabriel vino hace poco a Valencia. Mantenemos una buena amistad y cenamos los dos con Esteban Hirshfield, de Los Mockers, que también vive en Valencia, y me contó que su investigación había pillado buena onda, que le habían  publicado un novela, Shangái... Como te puedes imaginar, en Shangái, Peveroni habla de María Zauber y de Los Suicidas...

Y ya que estamos, antes de que argentinos y uruguayos se peleen por Ulises Luna como por Gardel o por el mate: ¿era argentino o uruguayo?
No lo sé. No hubo manera de averiguarlo. Supusimos que Los Suicidas eran argentinos o uruguayos porque la investigación nos llevó hasta allí, pero tampoco fue la inquietud más importante de la búsqueda. Buscábamos a las personas, no sus orígenes; de hecho, puede que Ulises Luna ni tan siquiera sea argentino o uruguayo... A lo mejor es chileno o mexicano.

Por cierto, ¿qué sería necesario que sucediese para que pudieseis terminar ese documental a lo Searching for Sugar Man del que hablan Tras la pista... y La conquista...?
Que vendiese 100.000 libros. Eso le pondría las pilas a las dos productoras que tienen el material audiovisual.


BOLAÑO Y EL VITALISMO DE SUS DETECTIVES SALVAJES

¿Qué esperas que aporte tu novela?
Mi llegada al mundo de la literatura no es desde la filología o desde el conocimiento de los trucos de estilo y forma; mi llegada es desde la universidad de la vida y desde la visceralidad, y eso, ese desafío, quería plasmarlo de forma clara en la obra. No tenía necesidad de florearme; tenía la necesidad de contar. Por eso, quería la lectura fuera ágil y dinámica: el mundo que iba a transmitir, por un lado, era onírico —la bajada al infierno de los protagonistas en la sala Wah-Wah—; por otro, abordaba una temática muy específica: el mundo del rock independiente. En fin, me gustaría aportar una buena historia contada de manera ágil, pero desde las entrañas.

En Ushuaia, buscando a Rigoberto Mendetti.
¿Cómo te han ayudado Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, para escribir esta novela?
Nos ayudó en la gestación del propio viaje, y después a mí en la concreción de la obra escrita. De alguna manera, buscando a Los Suicidas quisimos emular a los real visceralistas buscando a Cesárea Tinajero, quien representa la esencia misma del origen del viaje: dar con alguien que no sabemos si existe. Y en cuanto a la obra escrita, la idea de construir una parte de la novela a partir de la entrevistas a los diferentes personajes que participaron en el documental me pareció un recurso fantástico. De esa manera conseguí que el lector tenga una visión fragmentada de la historia.

Bueno, aunque has reconocido abiertamente tu deuda con Bolaño, también incluiste otros recursos...
Sí, utilicé otros recursos que no eran bolañistas, como aportar información a partir de un blog privado, algo que me ayudó a potenciar esa narración fragmentada y la lectura dinámica que buscaba.

Tu novela intenta contar algo que está mucho más allá de lo musical y que tiene más que ver con lo existencial, con una manera de estar y de vivir en el mundo, ¿no?
Aquí volvemos al relato II, a lo que hay bajo la piel, al hueso de la historia, y casi podríamos hablar del relato III. En el relato III, está el magma, está la savia, está la vida, y de eso habla realmente la novela. La conquista del Oeste es la historia de una anagnórisis, de una epifanía, de una revelación vital que cambiará el curso de la vida del protagonista. De un tipo que se parece bastante a mí, pero que no termino de ser yo del todo. Quiero decir: me era imposible no contar esta obsesión mía con Los Suicidas y Ulises Luna; estaba corroyéndome por dentro.

¿Por qué pones tanto énfasis en lo vitalista?
Porque no quería mi novela naciera muerta. Como lector, siento que muchas novelas con gran pomposidad en la forma y en el estilo nacen muertas. Es fácil engañar al gremio de escritores con el estilo y la forma; sin embargo, es muy difícil enganchar al lector si no le das algo más, si no le das vida, esencialmente, tu vida; o si no pones tu vida en lo que escribes. Cuando un escritor no pone la vida en lo que escribe, el lector lo percibe enseguida; no le importa que esté bien o mal escrito, se queda con que lo que le estás contando es una impostura. Una impostura que escribes porque se te da bien escribir, porque conoces bien las reglas de la escritura. Pero para escribir, como para tocar buen rock and roll hace falta algo más que reglas. Hace falta que la historia que vas a contar, de alguna manera, te hierva en el interior.

Por último, hablando de la vida, el fondo y la forma: ¿es cierto lo que sostiene Mr. Perfúmme en Eso fue lo que pasó (Malatesta Records, 2015) de que no sabes tocar canciones de Luis Miguel?
Totalmente cierto, no soy capaz de oír sus canciones sin ponerme a llorar y así no hay forma de aprender...


                                                                                *

PD. Si quieres saber más sobre Los Suicidas y la investigación que emprendieron Néstor Mir y sus amigos en 2007, te recomiendo leer esta otra entrada del blog.

31 de mayo de 2015

La conquista del Oeste, Néstor Mir

Esta novela, La conquista del Oeste (o la muerte de Ulises Zuma) (Malatesta Records, 2014), nace de un doble viaje a causa de una obsesión. También de la necesidad de extirpar en algún momento un fantasma que se había instalado en la vida de este escritor y músico valenciano, Néstor Mir, desde mediados de 2007, cuando tomó la decisión de viajar ese mismo verano junto con unos amigos a Uruguay y Argentina para grabar un documental sobre una enigmática banda prepunk llamada Los Suicidas.

El documental —por causas que explicaré más abajo— nunca llegó a rodarse, así que el único registro con que contamos de aquel viaje rioplatense está en el blog de Néstor. Allí, en la entrada Tras la pista de Los Suicidas, están los 8 capítulos que la revista uruguaya Freeway le publicó entre 2008 y 2009 sobre el asunto. Asimismo, el periodista Gabriel Peveroni, editor en aquella revista, publicó posteriormente este bolañesco artículo en el diario argentino Página/12 que resumía la investigación de Néstor y daba cuenta de algunas teorías detectivesco-salvajes al respecto.

La conquista del Oeste es posterior a la crónica y relata, en clave de autoficción, el segundo viaje que Néstor y sus amigos emprendieron tras Los Suicidas. Esta segunda expedición fue en el verano de 2008 —un año después de la pesquisa rioplatense— y debería haber sido la definitiva para cerrar el documental, montarlo y que cada quien siguiera con su vida. Sin embargo, como se leerá más abajo, el resultado del proyecto distó de ser satisfactorio... Y no solo en términos de rodar el documental o no, sino de salud mental para algún miembro del equipo de rodaje.

Por último, y antes de pasar a reseñar tanto la crónica como la novela, dos aclaraciones. La primera: Tras la pista de Los Suicidas y La conquista del Oeste pueden leerse de manera independiente y en orden en inverso, como cada lector quiera... Se empiece por un lado o por otro, la sensación es la misma: querer saber más sobre la banda, su leyenda o por qué diablos resulta tan complicado reunir información sobre ella. Y la segunda: el sábado 6 de junio, Néstor Mir y quien esto escribe presentaremos en amor y compañía —esperamos— La conquista del Oeste en la madrileña librería Burma (Lavapiés, 19:30 h).


Una banda protopunk argentina aparece en Valencia

Todo comenzó con una vieja cinta pirata de casete olvidada por una chica uruguaya en la casa de un músico valenciano. Era por la mañana, era mayo, era 2007 cuando la vida de Néstor Mir cambió de la manera más tonta y, hasta hoy, sigue signada por lo que sucedió aquel día. Néstor puso la cinta en su equipo de música, le dio volumen y quedó deslumbrado con lo que salió por los altavoces. De hecho, quedó tan fascinado que a continuación llamó por teléfono a dos colegas músicos y les hizo escuchar cómo sonaba aquella música endemoniada. Todos fliparon en colores, como suele decirse... Era una especie de banda protopunk, entre prerramoniana y pre-Stooges, que cantaba en español y cuya música emitía una energía tan brutal que daban ganas de romper los muebles. Con la chica en paradero desconocido, el único dato para saber algo más de la banda estaba escrito a rotulador sobre la cinta: Los Suicidas.

Néstor y sus amigos desconocían casi por completo la escena musical rioplatense. De ahí que el hallazgo de Los Suicidas les pareció una buena oportunidad de matar al menos dos pájaros de un tiro: por un lado, darse el gusto de grabar un documental —camára al hombro y en tiempo real— sobre la búsqueda de una ignota banda punk; por otro, aprovechar la investigación para ampliar sus horizontes musicales y conectarse con la escena underground del otro hemisferio. A través de sus contactos en Valencia —Eduardo Guillot, Rafa Cervera, Esteban Leivas y otros—, empezaron a moverse y fueron construyendo una nutrida agenda de posibles contactos con músicos, críticos, actores y gentes bohemias varias que podrían aportarles datos para su investigación en Montevideo y Buenos Aires. Contactos reunieron muchos en aquellas primeras semanas...; datos sobre Los Suicidas, ninguno.

Cuando Néstor y los suyos comenzaban a dudar de la existencia de la banda, la casualidad se alió con ellos. Un buen día, coincidieron con los Mégaphone ou la Mort, un grupo donde tocaban un par de guitarristas argentinos... Ellos sí habían oído hablar de Los Suicidas, y les contaron lo que sabían de su leyenda: años 70, estilo muy punk cuando el punk aún no existía, banda de culto capaz de vender unos 1000 discos en aquella escena under y conciertos donde el público entraba en éxtasis total, se subía al escenario y arrasaba a la banda mientras esta, sepultada por la gente, seguía tocando a toda pastilla sin que nadie supiera muy bien cómo. Era una leyenda que hablaba de una comunión casi religiosa entre banda y público.

La propietaria de la cinta seguía sin aparecer, así que la única punta del ovillo de la que disponían Néstor y sus amigos era la historia referida por los Mégaphone. Una historia que, bien pensado, podía ser una mera leyenda urbana o parte de ese gusto por exagerar todo hasta el melodrama o lo épico que tienen los rioplatenses. Sin embargo, envalentonados, seducidos por la propia inercia de la búsqueda, los valencianos compraron unos billetes de avión para el 10 de agosto: aterrizarían en Buenos Aires a las 18:30 h. Si la historia era cierta, pensaron, sobre el terreno les sería relativamente sencillo contrastarla y entrevistar a algún miembro de Los Suicidas.

Conviene recordarlo ahora, por si ha pasado inadvertido antes: la expedición valenciana voló al hemisferio sur sin ni siquiera saber el nombre de los componentes de la banda. ¿La razón? Ni pensaron que la cosa fuera a ser tan —pero tan— complicada ni querían hacer una superinvestigación; tan solo pensaron que aquella era una manera divertida de pasar el verano, poner en práctica sus conocimientos sobre montaje de documentales —reclutaron a un cineasta— y conectarse con otros músicos. Tampoco cayeron en la cuenta de que los 70 fueron un momento singular en el Cono Sur. Ni se les pasó por la cabeza que perseguir a una banda protopunk pudiera convertirse en una monomanía digna del capitán Ahab.


4 valencianos buscan oculta banda de culto por el Río de la Plata...

En el verano —boreal— de 2007, aún no existía ese maravilloso documental que es Searching for Sugar Man. Así que cualquier conexión con la cinta sueco-británica donde unos fans sudafricanos buscan a un misterioso cantante llamado Rodríguez es pura coincidencia, sincronía o monomanía ahabiana de la que aqueja a otros músicos en otros lugares del planeta. Lamentablemente, y pese a contar con montones de horas de grabación y material en abundancia, Néstor y los suyos no consiguieron grabar su particular Buscando a Los Suicidas. Las razones son dos; una, la sempiterna falta de apoyo económico para proyectos así; otra, que Los Suicidas resultaron ser una enigmática banda aún más esquiva que Sixto Rodríguez. Es difícil conseguir financiación para rodar una investigación fracasada, digo.

Eso sí, la falta de resultados concretos no fue porque los músicos valencianos no pusieran empeño... Se entrevistaron con todas aquellas bandas que les recomendaron o se les ocurrió que podrían haber crecido bajo la influencia de Los Suicidas; a saber: Astroboy, Terapeutas, Motosierra, La Hermana Menor, Nico Molina —su anfitrión y guía en Montevideo—, Valle de Muñecas y su productor Manza... Pero también con periodistas musicales como Gabriel Peveroni o Fernando Peláez, gente del cine como Ezequiel Acuña, Juancho Sarabi o Santiago Pedrero, y hasta con una rutilante estrella de la música de vanguardia uruguaya: Réneé Pietrafesa. Durante 3 semanas recabaron información, persiguieron contactos, grabaron a destajo, fueron y vinieron de Buenos Aires a Montevideo para al final terminar perdidos en la nieve de Ushuaia... Y el resultado fue desesperanzador: nadie sabía —o les quiso decir— dónde localizar a Los Suicidas.

Unos les inventaron historias. Otros, como Réneé Pietrafesa o Andy Adler, les escamotearon información por razones que en aquel momento les resultaron incomprensibles, y que favorecieron que Los Suicidas se convirtieran en una esquiva Moby Dick para la expedición valenciana. Y algunos entrevistados, como Ángelo Mastrangelo, Juancho Sarabi o Santiago Pedrero, estos sí, les inyectaron dosis de información de una pureza tan elevada que, como la heroína, los dejó prendados para siempre de la historia que habían encontrado.

A veces, las obsesiones surgen de una manera tan simple como esa: uno se enamora o se engancha hasta las trancas de alguien que le resulta esquivo en la medida. Y Los Suicidas supieron rechazar y dejarse ver en la medida justa para enloquecer a sus perseguidores valencianos.

De hecho, Néstor y los suyos ni siquiera pudieron comprar por unos escalofriantes 2000 € un ejemplar del único disco, Ganancias y pérdidas (Sondor, ¿1972?), que grabó la banda. Uno de los dueños de la disquería, integrante de la banda uruguaya Motosierra, se arrepintió en el último momento cuando sus entregados compradores estaban dispuestos a pasarse el resto del año comiendo arroz y pan duro con tal de volver con el único objeto que demostraba que no estaban locos, que esa endiablada banda había existido. Pero, como en tantos otros lances de su investigación, también ahí los valencianos debieron aceptar su derrota.


Los Suicidas

A tenor de lo averiguado por Néstor y compañía, Los Suicidas fueron una banda argentina —o al menos con sede en Buenos Aires— formada por Roque Celaya, Rigoberto Mendetti, Nelson Shenker y Ulises Luna. Lo normal es que fueran argentinos, si bien algunas teorías apuntan a que quizá alguno o algunos de los componentes fueran uruguayos, puede que incluso hubiera un mexicano. Los cuatro tocaban bien; pero, en vez de decantarse por una música tranquila, les dio por ser melenudos, desbarrar con las drogas y erigirse en una suerte de sacerdotes sonoros que oficiaban largos conciertos que terminaban en bacanal. Y ya se sabe: los 70 no fueron buenos tiempos para esa clase de lírica greñuda en el Cono Sur.

De hecho, las drogas y la dictadura argentina parecen explicar el segundo y definitivo viaje de Los Suicidas a Montevideo. El primero, en teoría, lo habían hecho por una mera cuestión económica: grabar en un buen estudio uruguayo les salía mucho más barato que en uno porteño de calidad similar (imperdible, por cierto, la historia de cómo llegaron a grabar en los afamados estudios Sondor...). Ese segundo viaje, decía, fue, en principio, para desintoxicarse de la vida de excesos alcohólico-lisérgicos que Los Suicidas llevaban en Buenos Aires. Además, al sucederse los Gobiernos militares en la Argentina, es probable que decidieran quedarse en Montevideo y no volver a cruzar el río. Eso sí, la solución solo pudo ser temporal: el 27 de junio de 1973 llegaba también la dictadura a Uruguay.

Por tanto, como sostiene el actor Juancho Sarabi, la historia de Los Suicidas —si algún día lográramos recomponerla del todo— habla, además de sobre música y desenfreno, sobre unas personas a quienes «la llegada de las dictaduras a Latinoamérica les obligó a cambiar de vida, o a perderla». Los españoles hoy, como entonces aquellos cuatro ingenuos y voluntariosos músicos valencianos convertidos en bolañescos detectives salvajes tras una ignota banda punk, sabemos muy poco o nada de cómo fue aquella época en Argentina y Uruguay. A fin de empezar a paliar esa ignorancia, basta leer el siguiente párrafo de la wikientrada sobre Eduardo Mateo —otro personaje enigmático, raro, dado a los excesos y que influyó a generaciones de músicos uruguayos—:
[...] Con el inicio de la dictadura, Mateo perdió a varios de sus colegas, excompañeros y compañeros potenciales, que se fueron del país: Diane Denoir se exilió en Venezuela durante 1974, ante amenaza de secuestro; Horacio Buscaglia vivió durante todo ese año en Buenos Aires; Vera Sienra se mudó a dicha ciudad en 1973 y vivió allí hasta 1980; Rubén Rada se fue a Europa en diciembre de 1975, luego a Estados Unidos y finalmente se radicó en Argentina; Carlos Canzani se fue del país ese mismo año; Luis Sosa lo hizo en 1978; Jaime Roos se fue a Europa el mismo año que Rada; Urbano Moraes se mudó a Argentina durante 1974, y más tade a España, en 1976, donde viviría y se desempeñaría como músico hasta 1982.60
Dentro de la oscuridad que envuelve la historia de Los Suicidas, y hasta donde averiguaron Néstor y su equipo, la desintegración de la banda pudo estar relacionada con el contexto histórico. De hecho, en Uruguay solo permaneció Nelson Shenker, cuyo bajo Hofner 62 los valencianos salvajes descubrieron en la tienda de un lutier de Ciudad Vieja. Al parecer, Shenker se significó políticamente y pudo haberse convertido en un desaparecido de la dictadura... Puede que la clave la tenga el músico Andy Adler, quien rehuyó comentar la cuestión durante su entrevista porque le resultaba muy doloroso recordarlo.

Los otros tres componentes —Celaya, Mendetti y Luna— huyeron de Montevideo. El guitarrista Ulises Luna, quien frecuentó la casa de Rénée Pietrafesa, desapareció del país... y, según la pianista, que se mostró de lo más críptica, este se fue «hacia el asteroide». (Spoiler: meses después, Pietrafesa contactó de nuevo con Néstor para contarle dónde quedaba exactamente el asteroide..., y ahí empieza la novela La conquista del Oeste). Por su parte, Roque Celaya —el batería— regresó a Buenos Aires, dejó embarazada a una actriz, la abandonó y, según conjetura su hijo, continuó su camino de autodestrucción hasta extinguirse. Por último, el guitarrista Rigoberto Mendetti, tras pensarlo mucho y debatirlo con Shenker, huyó hacia la lejana Ushuaia; allí cambió de nombre, abrió en algún momento un bar musical y, tiempo después, se retiró junto con su pareja a una granja. Cuando su compañera murió, él se borró del mapa. Néstor y compañía solo encontraron la tumba de ella.

Derrotados por su Moby Dick particular, los perseguidores se batieron en retirada hacia Valencia. Eso sí, antes de regresar, en pleno invierno austral, Néstor se rapó el pelo al cero. Fue un gesto simbólico que venía a expresar que aquella persecución a ritmo de vértigo lo había transformado en el plano personal. No era la misma persona que se había ido de Valencia que la que regresaba. Al margen de la siempre frustrante experiencia del fracaso, aquellos meses tan intensos lo habían enfrentado a preguntas algo trascendentes relacionadas con su oficio: ¿por qué tocar?, ¿para quién hacerlo?,  ¿qué esperaba conseguir a través de la música?


Searching for Ulises Luna (o Zuma)

Al no encontrar a ningún miembro de Los Suicidas, el documental no pudo salir adelante. Sin embargo, Gabriel Peveroni le propuso a Néstor que escribiera una crónica de aquel viaje para publicarla en la revista Freeway. Con el documental aparcado, a Néstor le pareció una buena idea contar aquella búsqueda alocada y estresante; de algún modo, publicarla en internet sería como lanzar una última botella al mar: alguien podría recogerla y aporta el dato preciso tras el que seguir la persecución de su cetáceo musical. Y así sucedió.

Lo curioso es que esa botella la recogió alguien a quien habían entrevistado durante su estancia en Uruguay: Rénée Pietrafesa, quien tras leer el corazón que Néstor y los suyos habían puesto en localizar a Los Suicidas, se sintió conmovida y cambió de opinión sobre aquellos músicos valencianos que le habían parecido... poco serios. De repente, recordó que Ulises Luna no se había ido «hacia el asteroide», sino hacia Cork (Irlanda). Es más: ella había mantenido contacto con él durante algunos años y les enviaba la última dirección postal que le había conocido.

Con ese dato en la mano, Néstor y sus compañeros montaron a toda prisa un viaje para ir a Irlanda en el verano de 2008. Sin embargo, a última hora, cuando ya lo tenían todo listo para irse a Cork, recibieron una pista contundente que afirmaba que Ulises Luna residía en los Estados Unidos: existía un disco de un grupo llamado de The Muum o The Moon o algo así, producido en Boston y cuyo productor era... Ulises Luna. Visto y no visto, los investigadores cambiaron sus billetes y salieron rumbo a Estados Unidos. 

La primera pista, la pista por la que habían viajado y que les habían jurado como cierta, resultó ser falsa... Y, claro está, eso casi derrumba el proyecto y puso al borde del colapso nervioso a la expedición, en particular a Néstor. Sin embargo, gracias a que tenían un amigo en Boston comprometido con la causa suicida, a que nadie regresa a Valencia a los dos días de haber aterrizado en otro continente o a que Estados Unidos no es mal sitio para darse un paseo, se quedaron y prosiguieron con la investigación. Es más: llenaron las redes sociales de mensajes contando de su búsqueda y tratando de contactar con gente. Así, entre unas cosas y otras, fueron reuniendo información y, en plan beatnik, empezaron a devorar kilómetros tras Ulises Luna: Boston, Greenland, Nueva York, Louisville, Nashville, Denver, Fortland, Las Vegas, Los Ángeles, San Francisco...

Y todo por ir detrás de cada pista que encontraban: un misterioso e inexplicable cambio de nombre de Ulises Luna a Ulises Zuma; una confusa orientación sexual; un estudio en Nashville donde el músico trabajó como productor y dejó deslumbrada a la gente con su talento; una disquería en Nueva York donde aparece el famoso disco que supuso la cancelación del viaje a Cork; un músico estadounidense que conocían porque había tocado varias veces en Valencia y que resultó haber sido fan y vecino de Ulises Luna; una señora millonaria cuya diversión era el mecenazgo musical, y quien se enamoró de cómo tocaba Luna/Zuma y le puso un estudio de grabación en su pueblo; un fallido intento del músico por incursionar en Los Ángeles en la composición de bandas sonoras para el cine... Todo. Lo rastrearon todo. Néstor y los suyos persiguieron hasta el último indicio sólido que encontraron, incluida la bolañesca última pista: el ingreso de Ulises Luna en una comuna jipi de San Francisco.

Lo rastrearon todo y, como en Argentina y en Uruguay, siguieron sin encontrar a nadie. Y todo porque ese guitarrista argentino —o uruguayo o mexicano, vaya usted a saber— prefirió siempre mantenerse «detrás de un halo de anonimato» y fiel a una filosofía de vida que «nunca había traspasado la barrera que separa lo privado de lo público». Era un tipo brillante, un «músico y productor de culto de bandas poco o nada conocidas» que parecía encarnar a la perfección la nula aspiración por ser famoso, reconocido. Como si él mismo borrara «cualquier tipo de indicación clara» sobre su paradero y quisiera para sí la metáfora de quien está a un paso de la celebridad, goza del talento necesario para merecerla y, sin embargo, a última hora retrocede, se esconde. Como si no estuviera dispuesto a sacrificar un ápice de su independencia creativa. Como si solo le importara conservar su libertad y disfrutarla.

Ulises Luna encarna el arquetipo romántico del músico que lanza la casa por la ventana y, si hace falta, se va detrás de ella —de la casa, de la ventana— en caída libre. Es el tipo de persona que te diría con un mezcal o una ginebra en la mano: «... cuando uno decide ser músico, decide serlo hasta la muerte». Y, además, es consecuente con eso, a pesar de todo y de todos.

¿Se entiende ahora mejor lo de la monomanía del capitán Ahab?


El Oeste y lo que allí se conquistó

Explicado lo anterior, resulta más sencillo comprender por qué La conquista del Oeste es una novela construida alrededor de una obsesión casi enfermiza: encontrar a Ulises Luna. El narrador se llama Nel Rim, es el alter ego de Néstor Mir en aquella segunda expedición y, salvo por las lógicas licencias narrativas para conectar mejor con ciertos sentimientos personales, el libro da cuenta de manera fidedigna de lo desesperante, atribulada y agotadora que resultó aquella prolongación de la pesquisa rioplatense. Jamás pensó, nos cuenta Nel Rim, que aquella ingenua idea que sus amigos y él tuvieron en mayo de 2007 de hacer un documental, viajar un poco y conocer gente, se iba a convertir en el punto de inflexión de su vida. En una mudanza de piel que le vampirizaría sus energías hasta bien entrado 2014.

En La conquista del Oeste, a diferencia de en Tras la pista de Los Suicidas, accedemos a un registro más íntimo de la investigación. Así, vemos a Nel Rim darse cuenta de que si está persiguiendo como un poseso a una desconocida banda punk de la que hasta hace poco no sabía nada, es porque está en mitad de un atasco existencial del tamaño de un estadio de fútbol. Sin embargo, y pese a que en cierto momento del viaje vislumbra que esta segunda expedición también terminará en fracaso, Nel siente con total nitidez que hay algo irracional que lo empuja a seguir hacia delante.

¿Qué fuerza es esa? La necesidad de encontrarse a sí mismo. Su obsesión por rodar el documental está estrechamente relacionada con su estancamiento creativo y con su particular extravío personal. Conocido músico del under valenciano, Nel está en el umbral de los treinta y largos, las cosas no le van como el soñaba que le deberían haber ido y se siente ante la última oportunidad para abandonar la bohemia mediocridad en que está instalado desde hace tiempo. Quizá él no encuentre nunca a Ulises Luna, piensa un buen día; sin embargo, esa búsqueda ha sido la enrevesada manera que ha encontrado su cerebro para urdir un plan salvador y romper con su particular etapa de perdición.

Así se lo dice Nel Rim en la novela a Paco, un interlocutor ficticio que hace las veces de lector y que, de algún modo, la coprotagoniza:
La conquista del Oeste, Paco, ¿el último gran movimiento con el que pretender evitar lo inevitable?
Es decir: el viaje como apuesta de todo o nada frente a la sensación de fracaso personal por no llevar una vida a la altura de las expectativas que nos forjamos. El viaje como herramienta para desatascar el fregadero por donde se nos va la existencia, como escenario bélico para enfrentarnos con las obsesiones personales y, sobre todo, como metáfora del aprendizaje de quiénes somos, de dónde venimos, adónde queremos ir y por qué. El viaje hacia el oeste —real o metafórico, musical o vital— como la última gran maniobra para salvarnos de esa ola de conformismo disfrazada de diversión sin control que estaba a punto de hacernos naufragar. El viaje a todo o nada tras una ballena blanca como solución necesaria para templar el espíritu, volver derrotado y, sin embargo, encontrar la paz del regreso.


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PD 01. Para quienes quieran hacer boca para la presentación, enlazo este docutráiler musical de unos 35 minutos. Asimismo, les aviso que la presentación será doble: presentaremos La conquista del Oeste y Eso fue lo que pasó, de Mr. Perfúmme, también publicado por Malatesta Records. Como los autores son músicos, además de hablar de sus obras, tocarán algunas canciones.

PD 02. Quienes quieran consultar el blog de Néstor Mir, pasen por acá; quienes quieran leer algo sobre su último disco, por aquí; y quienes prefieran escuchar una entrevista que le hizo Pablo Silva para el programa uruguayo de radio La máquina de pensar, por acullá.

Actualización: enlazo también la entrevista que publiqué ayer, 21 de junio, con Néstor sobre su novela y su búsqueda de Los Suicidas.