1 de mayo de 2019

Entrevista a Luis Gusmán / CTXT

En febrero nos visitó Luis Gusmán, un escritor argentino cuya obra sigo desde hace 15 años. Gracias a los saldos de la calle Corrientes conseguí en 2004 tres novelas suyas: El corazón de junio, Tennessee y Hotel Edén. Luego, seguí con los ensayos de La ficción calculada, que también encontré en los saldos porteños. Así las cosas, una amigo me dijo que debería leer Villa, que justo se reeditaba en ese momento —2006— en la Argentina. Me gustó tanto que leí también El peletero y terminé entrevistando a Gusmán en 2007 para la revista Teína.

A partir esa entrevista, y gracias al propio Gusmán, fueron llegando otros libros suyos a mi estantería: La rueda de Virgilio, Los muertos no mienten, El frasquito, Ni muerto has perdido tu nombre, Epitafios o Hasta que te conocí. Ahora, más recientemente, Los Kafkas, La valija de Frankenstein, Esas imbéciles moscas o Literatura amotinada. En fin, con los años me he ido convirtiendo en un lector gusmaniano. Por eso mismo fue un placer participar en la presentación madrileña de su novela Villa, publicada aquí por el sello valenciano Ediciones Contrabando, y  de paso entrevistarlo para la revista CTXT.

Más abajo pongo un par de fotos de la presentación. Nos acompañaron el escritor mexicano Alejandro Espinosa Fuentes y el traductor argentino Hugo Savino.

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Luis Gusmán, escritor argentino, autor de la novela Villa

Yo me saco mis libros de encima; si los vuelvo a leer, los corrijo




Hablar con Luis Gusmán es enfrentarse a la posibilidad de que la respuesta a cualquier pregunta termine convertida en una pequeña novela. Este escritor argentino desconoce cuál es el camino recto entre la pregunta y la respuesta, y gusta de entregarse gozosamente a la digresión y el zigzagueo. No es que eluda los temas; al contrario, es un excelente conversador y la mañana de domingo pasa rápido hablando con él. De hecho, tiene un talento innato para asociar unas ideas con otras, por lo que la charla es un ir y venir por un extenso catálogo de anécdotas personales y literarias, además de una sucesión de reflexiones sobre el proceso creativo y la literatura. No es raro, por tanto, que la entrevista termine dos horas y media después con una frase que vale como metáfora de lo sucedido: “Disculpá si me fui por las ramas y no te contesté”.

Gusmán viene de presentar su novela
Villa (Ediciones Contrabando, 2019) en Barcelona, Valencia y Madrid durante la primera semana de febrero, y está algo cansado de tanto trajín. Antes de regresar a Buenos Aires, todo su afán es visitar alguna librería; quiere ver qué se ha publicado sobre Mary Shelley, comprar algunos libros sobre coleccionismo o ver si encuentra Memorias íntimas, de George Simenon. También quiere reunirse con su amigo Hugo Savino, traductor del francés y compañero en su día en la revista Sitio.

Mientras llega el café, Gusmán habla largamente sobre una novela inédita,
Dos extraños, en la que trabaja desde 2007 y que probablemente cerrará su ciclo como novelista, según declaró hace poco en la televisión argentina. Habla con tanto detalle y profundidad de la trama y de la arquitectura narrativa que parece estar trabajándola en voz alta. Interrumpirlo para preguntarle algo suena a herejía.

Ya con el café en la mano, Gusmán salta de tema y empieza a hablar sobre la importancia que le da a la figura del editor. “Yo necesito que sea mi amigo”, subraya. Tras más de 45 años publicando, asegura que sabe cuánto ganan el libro y su autor cuando encuentran al interlocutor adecuado. En su caso, además, le debe mucho a amigos como Luis Chitarroni, Salvador Gargiulo o Luis Tedesco, con quienes se reúne todos los sábados a tomar algo y conversar de literatura. De ellos, señala, es el mérito de encontrar “los errores que cometí”; pero también, bromea, el demérito de los que dejan pasar y luego encuentra él en la última revisión.


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De derecha a izquierda: Alejandro Espinosa, Hugo Savino y Luis Gusmán.

Presentación de Villa. Librería Juan Rulfo (Madrid).

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