2 de abril de 2017

Ella siempre está, Jose || González


Una familia es el arte de encajar y desencajar en esa familia. Hay días y etapas mejores que otras, momentos en que el reparto de autoridad, afecto y reconocimiento parece tan desigual como el de la riqueza o el hambre en el mundo. Se dice que las comparaciones son odiosas; sin embargo, en la familia, van más allá incluso: generan distancia, rencor y hasta disuelven los lazos entre sus miembros, en particular entre los hermanos. ¿Quién es el preferido? ¿Por qué?

La familia son las tensiones visibles; pero, sobre todo, las invisibles, es decir, las no habladas (o habladas tangencialmente), como leemos en Ella siempre está, de Jose || González. De hecho, son estas últimas las que suelen convertir una comida o una cena en un melodrama donde «alzar más alto la voz que la razón» y donde, grito va, grito viene, se va forjando la imagen de la familia como un extenuante laberinto emocional... Muchas veces tan agotador o más que ese otro dédalo en forma de telaraña que son las relaciones de pareja. ¿Cuántos y cómo de intensos son los vasos comunicantes entre unas relaciones y otras?

La familia y la teoría de los puentes: cuidado con los puentes que se queman, pues ya no se pueden volver a cruzar. Hay puntos de no retorno. No todo es reversible bajo el argumento de ser sangre de la misma sangre. Lo sabemos: los padres transmiten frustraciones y pagan con sus hijos lo que no supieron resolver con sus padres, y quizá por eso dicen cosas a destiempo que luego lamentan. También sabemos que los hijos castigan a los padres y les devuelven ojo por ojo y diente por diente los traumas acumulados, y quizá por eso tienden a decir, como sus progenitores, cosas a destiempo... que luego lamentan. En fin, no siempre se encuentra, se quiere o se sabe ver el cariño del otro, leemos en esta novela.

A pesar de su buena prensa —¿no es la familia la metáfora de la felicidad?—, la familia tiene algo también de monstruo despiadado. Al fin y al cabo, los niños crecen y un buen día se convierten en unos criminales que dejan el nido vacío y en unos extraños que toman decisiones con sus vidas que hieren a los padres (quienes no siempre superan esos momentos). En Ella siempre está hay un hijo menor que se va a estudiar fuera y que termina haciendo su vida en otra ciudad, y ya solo regresa a la casa familiar algunos fines de semana. También hay una hija mayor con tendencias suicidas y que enlaza parejas sin ton ni son, cada vez con un tipo peor que el anterior, así hasta enamorarse de un maltratador de manual. Los mismos padres, y sin embargo frutos tan diferentes para un mismo amor (o eso suelen decir los padres: os queremos por igual...).

Esta segunda novela de Jose || González está llena de preguntas. Algunas implícitas, como las anteriores; otras son literales, como estas otras: ¿qué importa el medio o la magnitud de las mentiras que nos contamos?, ¿quién no quiere deshacerse de sus complejos?, ¿quién decide huir o someterse o pretender que le adivinen entre líneas?, ¿qué es la distancia?, ¿y lo inevitable?, ¿por qué nos parecemos tanto, papá?

Ay, los padres... Ayer, superhéroes incombustibles; hoy, llegados a cierta edad y pasados ciertos malos tragos, dejándose ganar por «la idea de la vejez» y mostrándose  como seres vencidos, como los «inminentes ancianos» que se sienten, como seres cuyas excentricidades solo van a peor. Sin embargo, alguna vez se embarcaron en un proyecto ilusionante llamado familia, con aspecto de cerezo en flor, y pelearon por construirla lo mejor que supieron... Por desgracia, las raíces se fueron envenenando con los metales pesados del subsuelo, y ahora las hojas ya no son tantas ni tan verdes y los frutos amargan más que endulzan. Pese a todo, la familia parece respetar un acuerdo tácito (más bien un mandato de la naturaleza): los padres y las madres son un asidero insoslayable —un escudo— ante la muerte.

Vertebrar la sombra
 
No resulta fácil entrar en Ella siempre está (papeles mínimos, 2017), de Jose || González. Tampoco parece buscarlo el autor, quien fía su narración a una voz intuitiva que se acerca a lo que quiere contar de manera oblicua, rebaladiza, sinuosa; una voz que avanza a tientas en el laberinto de las relaciones familiares y convierte la dificultad de narrarlas —su desorientación sobre qué contar y cómo contarlo— en parte del relato, en el descubrimiento de la geometría de lo pensado. Sus extravíos son los del lector; sus momentos de claridad, también.

Formalmente, la novela nos deja un mensaje: «... es difícil ver con nitidez» en cuestiones de familia. Porque ¿cómo se narran los climas enrarecidos, los sentimientos contradictorios o aquello que se cree entender tras una mirada? ¿Hay que contar estrictamente lo que se vio o se dijo antes de que se formase la herida, de que se quebrase ese algo mínimo que lo cambiará todo para siempre? ¿Hay que armarse de teorías o dejarse llevar por la mano a la hora de escribir, a ver qué se quiere contar? ¿Se puede —sirve de algo— vertebrar a través de un relato lineal al uso una sombra que nos acompaña y que, por su propia naturaleza invertebrada, es difícil de poner en palabras?
 
Escribir sobre la familia es como escribir sobre el amor: hay tanto publicado que resulta difícil contar algo novedoso, algo que no resulte previsible o redundante. Con todo, Ella siempre está sabe encontrar su hueco en esa zona literaria tan saturada: la familia es un todo con matices, es decir, algo más que el cúmulo de discusiones que parece ser su núcleo constitutivo y forjar el carácter de los hijos. A veces cuesta verlo, pero ahí está. Escribir sobre ello acaso sea un recurso más para entrenar el músculo del querer, un cedazo que permita separar aquellos rasgos que nos deshumanizan de los que nos convierten en seres más completos. Construir relaciones no es algo que viene dado, sino que se aprende y se cultiva. Y las familiares no son una excepción. Puede que la familia tenga más de cerezo seco que de cerezo en flor, pero no deja de ser un cerezo que conviene cuidar y al que cederle el espacio que merece en el jardín.

P. D.: aquí se puede leer el primer capítulo de la novela y, sobre la novela anterior, La visita, dije lo que va enlazado. A la web del autor, se accede por aquí.

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