En la presentación madrileña de El lado vacío del corazón (Periférica, 2016), el escritor austriaco Erich Hackl dijo que su manera de escribir reflejaba el modo que había encontrado para conciliar literatura y compromiso político. A saber: él escribe novelas que hablan de injusticias y donde todo lo que cuenta es veraz, está documentado y apenas tiene sitio la ficción.
Como entonces yo no había leído el libro, no me animé a preguntar aquella tarde en la librería Alberti lo siguiente: ¿qué diferencia hay entre la novela de no ficción a lo Truman Capote en A sangre fría, por ejemplo, y este tipo de novela a lo Erich Hackl? Personalmente, me preocupa poco el asunto de los géneros literarios; sin embargo, con este autor me ha picado la curiosidad porque las reseñas y entrevistas que he leído parecen compartir mis dudas a la hora de clasificarlo.
Así, en esta entrevista de 2003, Hackl dice sentirse cómodo con la etiqueta de «cronista» y en esta de 2016 acepta la de «literatura documental». Es más: el titular de esta última, publicada por ABC, es así de rotundo: «Yo no invento, investigo. Trabajo como un policía o un detective». Además, si uno se fija en que ha traducido al alemán a Rodolfo Walsh, Eduardo Galeano, Juan José Saer o Rodrigo Rey Rosa, clasificarlo se vuelve más resbaladizo aún.
Eso sí, por paradójico que parezca, según nos contó aquella tarde, su principal fuente de lecturas es la literatura (algo que me recordó, por ejemplo, a dos cronistas que admiro: Leila Guerriero y Martín Caparrós). Salvo por los informes, expedientes, cartas, ensayos y demás documentación que se ve obligado a deglutir para sus libros, como lector, Hackl prefiere la literatura al periodismo o al ensayo. Sin embargo, cuando se sienta a escribir, prefiere —elige— la incomodidad y las servidumbres de ceñirse a la realidad de lo investigado que lanzarse a ficcionar. Por tanto, su ecuación literaria, a grandes rasgos, podría resumirse en alimentarse de literatura para alumbrar libros documentales.
Como entonces yo no había leído el libro, no me animé a preguntar aquella tarde en la librería Alberti lo siguiente: ¿qué diferencia hay entre la novela de no ficción a lo Truman Capote en A sangre fría, por ejemplo, y este tipo de novela a lo Erich Hackl? Personalmente, me preocupa poco el asunto de los géneros literarios; sin embargo, con este autor me ha picado la curiosidad porque las reseñas y entrevistas que he leído parecen compartir mis dudas a la hora de clasificarlo.
Así, en esta entrevista de 2003, Hackl dice sentirse cómodo con la etiqueta de «cronista» y en esta de 2016 acepta la de «literatura documental». Es más: el titular de esta última, publicada por ABC, es así de rotundo: «Yo no invento, investigo. Trabajo como un policía o un detective». Además, si uno se fija en que ha traducido al alemán a Rodolfo Walsh, Eduardo Galeano, Juan José Saer o Rodrigo Rey Rosa, clasificarlo se vuelve más resbaladizo aún.
Eso sí, por paradójico que parezca, según nos contó aquella tarde, su principal fuente de lecturas es la literatura (algo que me recordó, por ejemplo, a dos cronistas que admiro: Leila Guerriero y Martín Caparrós). Salvo por los informes, expedientes, cartas, ensayos y demás documentación que se ve obligado a deglutir para sus libros, como lector, Hackl prefiere la literatura al periodismo o al ensayo. Sin embargo, cuando se sienta a escribir, prefiere —elige— la incomodidad y las servidumbres de ceñirse a la realidad de lo investigado que lanzarse a ficcionar. Por tanto, su ecuación literaria, a grandes rasgos, podría resumirse en alimentarse de literatura para alumbrar libros documentales.
En su ensayo «Teorema para Erich Hackl», Belén Gopegui —fervorosa lectora suya— acota así la importancia que el autor le concede a la veracidad como valor estético:
A él le has oído decir que rechaza la palabra novelar cuando se trata de sucesos reales, cuando comporta que se introduzcan las propias ocurrencias y, so pretexto del verbo novelar, el autor se conceda libertad para alterar lo ocurrido. Por el contrario, con respecto a cada una de sus historias él está dispuesto a sostener que lo que ocurrió así, ocurrió efectivamente así.
Documentarse como método de aprendizaje y de construir amistades
En Madrid, ante las preguntas del público, Hackl dijo incluso que él adquiría un «compromiso cívico y jurídico» con las personas que le contaban su historia y que aparecían en sus libros. De hecho, en un momento de la presentación alguien quiso terciar con su experiencia personal en un debate algo literario —y árido— sobre ficción y realidad que se había organizado. Esta persona había tenido un familiar en Auschwitz y su historia aparecía en uno de los libros de Hackl; según ella, todo lo que allí había contando este era verdad. También añadió un detalle que solo supe valorar más tarde: desde entonces tenía una relación de amistad con el autor.
Esto último tiene un valor extra si nos fijamos en los temas que abordan los libros de Hackl. En Sara y Simón. Una historia sin fin, da cuenta del robo del hijo de una militante uruguaya de izquierdas durante la dictadura argentina; en Los motivos de Aurora, cuenta la historia de Hildegart, quien murió a manos de su madre, Aurora Rodríguez; o en Adiós a Sidonie, habla de la vida y muerte de una niña gitana de diez años en pleno fascismo austriaco.
Otro detalle relevante es que Hackl asume con gran naturalidad que sus obras apenas tengan repercusión en la opinión pública. Por ejemplo, a pesar de que El lado vacío del corazón denuncia el acoso laboral por parte de unos neonazis y el despido improcedente de la víctima de ese acoso, Hanno Salzmann, cuando le preguntaron por las reacciones de los afectados, Hackl explicó que estas habían sido muy locales y dio a entender que aquello era lo normal y que no le importaba demasiado, que él pone el foco en otra parte. De hecho, enfatizó lo mucho que había aprendido y la cantidad de amistades que le habían deparado sus libros; la de Hanno Salzmann, entre ellas.
Una literatura que acompaña a las víctimas
Creí entender entonces que Hackl escribía para transformar lo microestructural, lo cercano, sin preocuparse mucho de lo macro. De ahí que rescatara historias de personas anónimas, en general, militantes políticos, que han padecido injusticias flagrantes y vidas desgraciadas. El mero hecho de contar lo mejor posible y de la manera más veraz esas historias, con su correspondiente contexto histórico, le alcanza para justificar el hecho de escribir. El pago son el aprendizaje y la amistad; lo que venga después —el éxito comercial, la cobertura mediática, la reparación de la injusticia, etc.— es algo que ya no depende de él.
Al respecto, me pareció significativa la respuesta que dio en esta entrevista cuando fue preguntado por la reacción de Hanno Salzmann ante el libro:
Quedó muy contento, porque el libro fue lo único que le hizo justicia. Al cabo de los años, sigue teniendo secuelas por lo que ocurrió, aún toma psicofármacos. Yo no puedo eliminar el daño que sufrió, pero siento que mi literatura, la literatura que defiendo, sirve para hacerle compañía y que no se sienta solo. Cuando Hugo, su padre, me buscó y me pidió que escribiera esta historia, lo hizo, creo, para romper la soledad, el aislamiento en el que vivía su hijo tras el acoso. Hanno no tenía ni siquiera fuerzas para buscar apoyo.
Lo cual me llevó a este fragmento de esta otra entrevista, donde habla sobre los sentimientos:
[...] no busco la historia, sino que ella viene a mí e intento escribirla con toda la sobriedad posible. Todo depende de la representación literaria que debe ser contenida en cualquier caso. Más no puedo hacer. Aparte de eso, creo que vivimos una época en la que el peligro no es el sentimentalismo, sino la ausencia total de sentimientos, también en literatura.
Con todo ello, la apuesta de Hackl —géneros literarios aparte— me queda más clara: una literatura que busca hacer compañía a las víctimas de injusticias y que trata de rescatarlas de la soledad en que suelen encontrarse; una literatura que documenta los hechos de manera escueta, veraz y sin aspavientos, y que no teme apelar a los sentimientos; una literatura que entiende el compromiso político como algo relacionado, sobre todo, con la cercanía y con el afecto por los demás (y no con esos potenciadores del ego que suelen ser los premios, el mercado, el autoanálisis o la ambición por forjarse una carrera profesional). Y, por supuesto, también una literatura que cuida y honra lo estético («historias tristes bien contadas», titularon en Letras Libres en 2005 una reseña sobre una obra suya).
En fin, tras haberlo escuchado aquella tarde y de haber leído El lado vacío del corazón, tengo la sensación de que Hackl redimensiona lo que significa y lo que podemos esperar de un escritor político en el siglo XXI. También diría que el epígrafe de Günther Weisenborn, escritor de la resistencia antinazi, que abre el libro aporta una clave indispensable de lectura:
En fin, tras haberlo escuchado aquella tarde y de haber leído El lado vacío del corazón, tengo la sensación de que Hackl redimensiona lo que significa y lo que podemos esperar de un escritor político en el siglo XXI. También diría que el epígrafe de Günther Weisenborn, escritor de la resistencia antinazi, que abre el libro aporta una clave indispensable de lectura:
Uno busca algo que atañe a los demás. O a todos.De eso se trata con Hackl: de contar historias ajenas que nos interpelen como colectivo, no solo de manera individual.
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