Cada días ves a tu alrededor el paisaje caótico de vidas bien planificadas y luego hechas un lío, divorcios complicados, hijos confundidos, educados con blanduras o prisas, y después brutalmente implicados en las rupturas, mal protegidos del torbellino económico y sentimental que arrastra a madres y padres. Soledades no buscadas ni deseadas, dentro y fuera de la pareja, que confunden los sueños primerizos y desvían la mirada de lo importante, y a veces rematan como un sinuoso encaje de bolillos muchas de las carreras profesionales femeninas que consiguen el éxito, pero ¿acaso te libras tú de esas soledades por haber interrumpido una carrera profesional? Estás igual de jodida que si hubieras hecho las cosas como el mundo esperaba de ti, este ha sido el soniquete de tus peores momentos, pero tranquilízate, respira y mira al frente. Para qué mortificarte con las posibles opciones. Admite la simpleza de la complejidad: afrontaste las cosas según se fueron presentando, sin una capacidad de planificación de la que carecías, solo con la voluntad de construir algo propio, auténtico.
De las variadas y múltiples lecturas que ofrece Diario de campo, la más sugerente —para mí— es la que contiene el remate del subrayado anterior: la férrea «voluntad de construir algo propio, auténtico». En mi opinión, todos o casi todos los temas que aborda esta novela giran alrededor de esa idea-imán. Es más: muchos fragmentos pueden leerse como un donoso escrutinio de los daños colaterales que acarrea ser mujer y mantenerse leal a esa divisa mientras construyes tu relación de pareja, crías a tus hijos o peleas por cumplir con tus aspiraciones laborales. Por tanto, es un libro que habla sobre las servidumbres que conlleva asociar ciertas ideas a tu identidad, sobre los peajes que eso implica... Y sobre si una está dispuesta a pagarlos, claro.
(Si es que ya lo decía Susan George: «Las ideas tienen consecuencias»...)
La voz que narra pertenece a una socióloga de unos 45 años que lleva tiempo peleando por reinsertarse en el mercado laboral. A grandes rasgos, su historia es la de una persona que se casó a los veintipocos con un músico diez años mayor y que, cuando se quedó embarazada, optó por tomarse un periodo sabático para criar a sus hijos como ella quería. Una vez cumplidas sus expectativas como madre, decidió retomar las profesionales.
Sin embargo, cuando intenta ingresar en el mercado laboral, las cosas ya no son como antes. Primero: es complicado colocar a una socióloga, en especial si su trabajo de campo es la mujer en barrios marginales. Y segundo: de haber ofertas, estas vienen acompañadas de contratos temporales y de condiciones laborales precarias. A partir de esa situación vital, la narradora se plantea muchas preguntas sobre su condición de mujer, madre y profesional, sobre todo a raíz de coincidir con compañeras o jefas que aún no tienen hijos y quisieran tenerlos. La cuestión que resume el sentir de todas ellas sería algo así: qué es preferible, ¿el limbo profesional al que te manda convertirte en madre o el limbo emocional al que te envía suspender tu maternidad para conseguir progresar en tu trabajo?
Ya sabemos que ese tipo de interrogantes vitales carecen de sentido para gente como Rajoy, que opina que las cosas deben hacerse «como Dios manda». O incluso para Ana Mato, capaz de ver que su marido tenía un Jaguar en el garaje y no preguntarle de dónde había salido semejante cochazo. Sin embargo, por suerte, en este país hay personas que manejan mejores referencias intelectuales que el presidente y con más inquietudes vitales que la ministra de Sanidad. De hecho, hay montones de mujeres que, pese a estar muy cualificadas, viven por debajo de sus posibilidades y que, llegadas a la treintena, se preguntan a lo Cormac McCarthy si este es país para ser madres... Y si, llegado el caso y vistos los sangrientos sacrificios rituales que exige el dios Mercado, hay un momento más adecuado que otro.
O por decirlo de otro modo: ¿es un error ser madre, pongamos, a los 25 (como en muchos países latinoamericanos, por cierto)? ¿Quiénes empiezan «la casa por el tejado»: aquellas que anteponen el hijo al trabajo —como la narradora —o aquellas que hacen las cosas como todo el mundo, esto es, que medran hasta conseguir un buen puesto, forjarse una estabilidad económica, etc.? ¿Hay que sacrificar todos los proyectos a una idea de estabilidad económica (cada vez más imposible)?
El otro gran tema que abarca este libro está relacionado con la profesión de la narradora (y la autora): el trabajo social con mujeres en barrios marginales de Sevilla. Y desde esa atalaya tan humilde como bien situada, Diario de campo nos alerta sobre los rebrotes de machismo en los adolescentes (esos mozos que embarazan a sus novias de 16 años y cuya pregunta más existencial quizá sea si acceder o no a ser carne de reality en la MTV). Además, nos habla de los burkas, literales o figurados, que aislan social y culturalmente a casi cualquier mujer en esos barrios. O pone sobre la mesa conceptos como «el currículum oculto» y analiza el papel de la abuela como estructuradora de familias desestructuradas.
Diario de campo es un libro ambicioso y transversal, y eso me gusta. Por querer, la narradora quiere incluso poner en crisis la pomposa retórica que aprendió en la universidad. Esa que se nutre de elevadas lecturas y que intenta explicar la realidad al amparo de conceptos como «procesos participativos», «procesos de segmentación laboral» o «agentes sociales». Esa que, sin embargo, a la hora de realizar el trabajo de campo, no sirve para relacionarse con una chica gitana que en vez de ir al colegio vende bragas de acrílico o algodón como si fueran de licra en un mercadillo. Solo por esa escena y esa reflexión merece la pena esta lectura.
Honestamente: no sé muy bien cómo terminar esta reseña sin engancharme con otros asuntos que aborda el texto: el síndrome del nido vacío que generamos los hijos, los espacios propios en las relaciones de pareja, cómo reinsertar a las personas de barrios marginales... Así que optaré por cerrar el comentario aquí nomás y decir que este es uno de esos libros que mejora la calidad de las preguntas con que intentamos encontrar respuestas en ese otro trabajo precario y temporal que es la vida. Sobre todo, si en vez de vidas planificadas y ordenadas por otros, nos empeñamos en desplegar «la voluntad de construir algo propio, auténtico».
Hala, ahí queda eso. ¡A otra cosa!
*
PD 01. Apuntes para el acercamiento a Diario de campo, por Rosario Izquierdo.
PD 02. De algún modo, y aunque sea de manera algo lateral, este libro me recordó el documental Polígono sur.
PD 02. De algún modo, y aunque sea de manera algo lateral, este libro me recordó el documental Polígono sur.
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