20 de septiembre de 2012

Los lemmings y otros, Fabián Casas

«No hay soledad más profunda que la del samurái, salvo quizá la del tigre en el jaula». Eso dice el Bushido, según Fabián Casas, un poeta y cuentista argentino algo karateka. Y eso, entre otras cosas, es lo que me parece que plantea su libro Lemmings y otros. Al menos a mí, que hay días que juraría ser un hámster que corre en su ruedita para divertir a otros.

O dicho de otro modo: da igual que te llames Sebald, escribas libros tipo Austerlitz y seas el paradigma del escritor para escritores, o que te llames Astérix, seas el encargado suplente en un bloque de apartamentos y que tus grandes aportaciones a la humanidad consistan en asesorar sobre el celo de una gata revoltosa o salir a bailar con un vecino que está por separarse de su pareja. Da igual, en serio. En la batalla contra la muerte, en la pelea por estar vivos, siempre estamos a solas con nuestra conciencia. Cada uno en su jaula. Cada uno con su arte marcial peleando lo mejor que puede por resolver el viejo dilema: ¿oxidarse o resistir? 

La respuesta del libro procede del mismo sitio que la pregunta: de una canción, «Una casa con diez pinos», de la banda argentina Manal (cuyos primeros acordes me recuerdan alguna canción de Hendrix que no termino de identificar):
[...]

Un jardín y mis amigos
no se puede comparar
con el ruido infernal
de esta guerra de ambición
para triunfar
y conseguir
prestigio en la ciudad,
dinero y nada más,
sin tiempo de mirar
un jardín bajo el sol
antes de morir.
Quizá por eso estos cuentos buscan hablar de aquello que en algún momento nos pasó resbalando y no conseguimos apresar/apreciar del todo. Aquello que primero pareció trascendente, luego lo contrario y, con los años, volvió a ocupar el centro de nuestro tablero emocional porque aún tenía algo que contarnos. En ese baúl de la memoria cabe cuanto podamos imaginar: desde las conversaciones interminables con los amigos sobre nuestra banda favorita hasta las charlas más estúpidas (inmaduras) sobre la escuela, las drogas, la violencia, el amor, la libertad... Todo eso. Escribir sobre ello, sostiene el libro en alguna de sus páginas, sirve para construir el pensamiento y vivir en él.

Y bien visto, es probable que algunos nos empeñemos en «construir pensamiento» para agrandar un poco la jaula, para achicar una pizca el tamaño de la soledad. En definitiva, para resistir la oxidación. Eso sí, para resistir... hasta donde puedas. Nadie está exento de que llegues a los 75 y justo te pegue el viejazo la semana previa a que San Lorenzo juegue la final de la Copa Libertadores. Y que entonces se te ocurran ideas como tatuarte el escudo de tu equipo o, torpe de ti, sentarte sobre tus gafas poco antes de ir al estadio. Ese día, si tú eres el hijo y ese es tu padre, empiezas a comprender mejor el drama de cuando Luke Skywalker descubrió que Darth Vader era su padre.

Porque la oxidación no respeta a nada y a nadie. Ni siquiera a Maximo Disfrute, el tipo más popular de tu barrio, que parecía capaz de todo: acaudillar la barra contra la de Parque Rivadavia, hacerse el inmortal tras su prestigiosa aureola de dealer o escupir aquella frase, la de «Boedo queda donde estemos nosotros», que aún te da vueltas en la cabeza tiempo después. Incluso él, un buen día, años después, mostrará en un programa de telerrealidad qué clase de decadencia le trajeron las drogas, las respuestas banales a los dilemas de siempre y las canciones que no hablaban de nada. Ese día, pese a Manal y la casa con diez pinos, el barrio entero se oxidará —y tú con él— un poco más deprisa.

*

PD 01. Un fragmento del libro, aquí, en Deshojando renglones.
PD 02. Deberes: tengo que ver esta entrevista, a ver si he acertado en algo...

2 comentarios:

  1. Has acertado en todo. Contento de que estés de vuelta y gracias por el enlace. Abrazo, muy fuerte.

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  2. Muchas gracias, Holybera. Y de nada por el enlace; usted lo merece, aunque solo sea por esas pilas Duracell con que alimenta su entusiasmo.

    Un abrazo. Rubén.

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