2 de agosto de 2010

Sida mental, Lionel Tran

El «sida mental» es una enfermedad generacional que se incuba en los barrios periféricos. Esos donde siempre hay algún descampado o parking vacío donde conspirar contra las reglas del Sistema. Lugares donde las aceras están detrozadas y abunda la «hierba seca y quebradiza de las viviendas de protección oficial». Allí, entre familias desestructuradas, pandilleros que se entienden a puñetazos y unas densas gotas de machismo, se da el caldo de cultivo perfecto para que arraigue el virus. Un virus cuyo sintóma inequívoco es la adicción a la violencia.

Más o menos así describe esta novela una banlieue cualquiera. Si bien, como el autor, Lionel Tran, vivió su infancia en la de Vaulx-en-Velin y el libro tiene su cuota autobiográfica, todo hace suponer que la narración está inspirada en esta barriada lyonesa. (Ahí van 3 vídeos sobre ella: I, II y III). En parte, la atmósfera de hostilidad permanente me recordó El odio, la película de Mathieu Kassovitz.

Sida mental es una de esas novelas que busca impactarte y plantearte preguntas. Esa es principalmente su apuesta. El editor, quizá citando de manera encubierta a los Sex Pistols, se interroga en la contraportada sobre si hay futuro para gente como el protagonista. (Vamos, la misma pregunta que te harías después de ver un reportaje sobre la mara Salvatrucha). A mí, además de esa duda, el libro me sugiere otra: si esta proliferación de 2, 3, de muchos potenciales Unabomber —salvando las distancias, vaya— es una manera más de luchar contra ese otro «sida mental» que nos aqueja como sociedad: la inveterada costumbre de favorecer el privilegio de unos pocos y enviar hacia los márgenes cada vez a más personas. ¿Lo es?

No lo sé. Mi única certeza es que libros como este nos hablan de que esa fuerza centrífuga de exclusión termina despertando otra igual de intensa, pero en sentido contrario. Suena a obviedad, claro; sin embargo, la cuestión es, y con esto cierro la reseña, cómo arreglas la cabeza de alguien que puede verse reflejado por pasajes así:


1980

Mamá va a volver tarde por la noche. Estoy solo en casa. Puedo hacer lo que quiera. Voy a buscar su escopeta de cartuchos en el armario de plástico del pasillo. Está en lo más alto, en el cartón. Cojo un taburete de la cocina. Delante hay una gran bolsa de basura con un edredón. La pongo en el suelo. La escopeta pesa. Me da miedo que se me resbale. Hay que tener mucho cuidado. Cojo la caja de cartuchos. Vuelvo a subir el edredón. Cierro el armario. Mamá no debe enterarse. Voy a mi cuarto. La escopeta era de un amigo de mamá. Ella se la compró. No me gustan los amigos de mamá. Sostengo la escopeta en las manos. Pesa. Soy fuerte así. Me gustaría tenerla fuera, cuando los demás se meten conmigo. Para enseñarles quién soy realmente.

Coloco un cartucho. Mamá me ha enseñado cómo se hace. Colocar la escopeta en las rodillas. Presionar sobre el cañón. Clac. Colocar el cartucho en el agujerito. Abro la caja. El cartucho me resbala entre los dedos. Está lleno de grasa. Ahí. Clac. Ahora puedo disparar. Puedo matar a alguien. Coloco los playmobils en fila contra la pared. Es una ejecución. Para dar ejemplo. Hay que modelar el espíritu del pueblo. Instaurar un clima de terror. Me pongo en posición. No moverse. Me tiembla la mano. Clic. He fallado. El cartucho se ha incrustado en la pared. Recargo. Clic. He fallado otra vez. Recargo. El cartucho me resbala entre los dedos. Está en el suelo. Lo recojo y lo meto en el agujerito. Clac. Me acerco a la pared. Pongo el cañón de la escopeta contra la cabeza del playmobil. Clic. Se ha caído. Muerto a quemarropa.

Vuelvo a empezar. Clic. Clic. Todos los rehenes han sido ejecutados. Recargo. Mamá vuelve tarde, está en el Grupo de Mujeres. Voy al balcón. La gente camina por la acera. Los coches van por la circunvalación. Apunto. Son más pequeños que los playmobil. Apunto a un viejo con su perro. Clic. Miro. Está lejos. Ya casi no lo veo. He fallado. Cargo otro cartucho y apunto a un coche. Clic. He fallado. Recargo y disparo a una mujer. Clic. Sobre una niña. Clic. Sobre un árabe. Clic. Clic. Clic.

Están demasiado lejos. Qué pena no tener un verdadero fusil.


Sida mental, Lionel Tran.
Traducción de Eduardo Martínez de Pisón.
Editorial Periférica, Cáceres 2008.

2 comentarios:

  1. La vida y la muerte son simplemente un juego, como si no hubiera conciencia de existencia en la tierra...

    Es lo único que se me ocurre pensar luego de leer el fragmento, me invita a la lectura del libro..

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  2. Sí, algo así, Eleanor. Es increíble cómo uno puede derivar hacia ahí si le faltan puntos de referencia (los afectos, los proyectos personales, etc).

    En TVE hace poco, en el programa La noche temática, emitieron unos reportajes sobre comportamientos violentos. Creo que están en la web. A ver si los cuelgo entre el Twitter y el blog en estos días. Este libro y otro los leí al calor de esos documentales, y juraría que los disfruté especialmente por esa razón.

    PD. Grande ese río Paraná.

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