17 de septiembre de 2009

Manuel Rodríguez Rivero


No estoy en huelga con el blog, pero es que a mí sobrevivir a esta crisis económica me cuesta más que a esos banqueros a los que despiden y enciman les gratifican con 40, 60, ¡100 millones de dólares! Yo vendo mi despido mucho más barato, pero nadie me contrata...

En fin, penas aparte, quería pasar a limpio en el blog y de paso compartir con los fieles desplumados —si es que queda alguno—, varias notas que tomé ayer en clase con Manuel Rodríguez Rivero, editor entre otros de Javier Marías y de Antonio Muñoz Molina. La charla fue en el Taller Fuentetaja, lugar donde trabajo, dentro del programa de cursos de verano que se imparten allí.

Esta primera clase estuvo centrada en proporcionar datos y poner con ellos unas cuantas vallas al campo de la desaforada producción libresca española (¿estaremos construyendo ahora una burbuja literaria?) Que si en 2008 se publicaron en España más de 72 mil libros de toda la laya, que si 10 mil de ellos pertenecían al terreno de la literatura, que si el 38 por ciento de esa ficción procedía de traducciones del inglés... Esas cosas, vamos.

Bueno, pues resulta que España, con un promedio de 200 libros/día, es el 6º productor mundial. Lo cual es paradójico: las estadísticas dicen que el 45,2 por ciento de los mayores de 14 años nunca lee y que el español medio pasa 223 minutos diarios frente a la televisión. Es decir: aunque empezase a leer la gente de manera masiva —cosa harto improbable—, el negocio editorial parece ir directo a desbarrancarse. Eso sí, sonríamos, que las encuestas nos retratan berlanguianos hasta la médula: la gran razón que aducimos para no leer es que no tenemos tiempo libre.

Como se ve, lo de España es genio y figura.

En fin, hay de qué preocuparse. Por ejemplo, estaría bien que pensásemos sobre la colonización cultural que padecemos por parte del mundo anglosajón. Más que nada porque, según Rodríguez Rivero, ellos nos colocan toda clase de morralla y apenas nos compran literatura de la nuestra. ¿Es una cuestión de calidad? No exactamente; para el lector medio de EE UU, Pérez Reverte es un intelectual... Y Roberto Bolaño, un autor para refinadas elites. Si a eso le sumamos que cinco de los seis grupos editoriales que dominan el mercado son estadounidenses, la ecuación cultural parece mostrarnos el poder real que tienen los gustos de los granjeros de Mississippi o Iowa sobre tantos y tantos licenciados españoles (que quizá deberían replantearse para qué han ido a la universidad, digo yo).

Para terminar de pintar un panorama alentador a cualquier bisoño que sueñe con hacerse rico escribiendo, Rodríguez Rivero aclaró que las listas de los más vendidos de los periódicos no son fiables —llaman a cuatro librerías y chau, listo el pescado—, que las megaventas de cuatro o cinco autores falsean los promedios de tiradas y ejemplares vendidos, y también habló del «darwinismo librero» para referirse a la lucha por ocupar un sitio en la mesa novedades antes de que algún dependiente mande tu libro a una estantería y lo almacene en posición vertical.

De entre la lluvia de estadísticas y anécdotas que dio este editor con 30 años de experiencia, me quedo con estas:
  • El mayor porcentaje de primeras novelas se registra entre los parados.
  • El 78 por ciento de las personas dice leer por entretenimiento (ahora, vaya usted a saber qué entiende cada cual por «entretenimiento»).
  • El 11,6 por ciento de las personas dice leer porque alguien les recomienda un libro.
  • Stephen King fue algo así como el Radiohead de la literatura, uno de los primeros en saltarse a los intermediarios y ofrecer una novela suya en descarga directa.
  • Felipe González disparó las ventas de Memorias de Adriano y Marcel Reich Ranicki, entusiasta seguidor de Corazón tan blanco, es el responsable de que Javier Marías haya vendido 1,5 millones de libros en Alemania.
Además de datos duros, Rodríguez Rivero repasó una posible bibliografía sobre el oficio del editor, el arte de escribir, el presente y el futuro de la edición, la historia del libro y de la lectura o el estado de la novela contemporánea. Digo «posible» porque en la bibliografía había ausencias notables, como las de Trayecto, de Ignacio Echevarría, en el apartado de literatura actual española, y en el arte de la creación faltaban, entre otros, los libros de Enrique Páez, Ángel Zapata o Isabel Cañelles (y, en mi opinión, sobraba Literatura y fantasma, de Javier Marías, que es bastante pobre en comparación con los de estos otros).

Más o menos esto es lo que dieron de sí las tres horas de clase. Como dicen en la Argentina, contar más ya es otro precio... (Más que nada porque no quiero estar tecleando hasta mañana). Veremos qué nos depara hoy la charla sobre «La novela, reina de la edición».

*

PD. A la 2.ª parte de esta entrada, se va por aquí.

2 comentarios:

  1. Lo cierto, al final de cuetas, es que, para ganar dinero con la literatura más que escritor se debe ser editor.

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  2. Bueno, si es por dinero, más que editor a secas, diría que hay que ser editor de una multinacional y vender libros que se puedan amontar, junto a los chicles, los preservativos, las gominolas o las chocolatinas, al lado de la caja donde pagas en el supermercado.

    La otra opción pasa, en principio, por hacer que la gente lea más —mucho más— y por tanto compre más libros. Eso implicaría, entre otras cosas, una política educativa que promueva y prestigie la lectura en todas las capas de la sociedad... Tengamos en cuenta que ni siquiera nuestros presidentes de Gobierno suelen ser ejemplares al respecto: Adolfo Suárez no leía libros —le parecían un aburrimiento— y Mariano Rajoy es famoso por leer el diario deportivo Marca.

    Y hasta donde he preguntado, los altos directivos de las empresas españolas tampoco suelen caracterizarse por leer literatura. Quiero decir: es muy difícil que la gente perciba que la lectura sirve para empoderarse cuando quientes alcanzan el poder ni siquiera se caracterizan por ser lectores, por hablar de libros. Y, claro, si hablamos de poder mediático, ya me dirás qué celebridades —al margen de Guardiola o Valdano— deben alguna parte de su prestigio —por exigua que sea— a su afición por la lectura.

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