A finales de agosto, hablé con el escritor uruguayo Daniel Mella. Charlamos a propósito de la publicación en 2017 de dos libros suyos en España: el volumen de cuentos Lava y la novela El hermano mayor. Como lector confeso que soy de Casa Editorial HUM, sabía de la existencia de los libros de Mella y había leído el último; sin embargo, desconocía que la editorial barcelonesa Comba los había publicado aquí. Me enteré gracias a Andrés, librero en la Juan Rulfo y buen compañero cuando de charlar sobre literatura se trata.
A raíz de eso desempolvé mi ejemplar de la antología Líneas aéreas, que publicó Lengua de Trapo en 1999, donde aparecía «Blanco», un cuento de Mella. También conseguí un ejemplar de Derretimiento en Iberlibro que aún conservaba la dedicatoria que el autor, casi veinte años más joven entonces, le había hecho a un tal Óscar. Me faltó leer Pogo y Noviembre, dos piezas de la primera parte de su carrera literaria, y que juraría que por ahora solo se consiguen en Uruguay o de importación. En fin, todo se andará.
Como hablamos un rato largo, al montar la entrevista —y pese a que esta es extensa—, debí dejar fuera algunas preguntas y respuestas. Al final del todo, reproduzco, a modo de bonus track, un par de ellas. Por cierto, otra cosas que no comenté en la entrevista es que El hermano mayor salió publicado hace poco en inglés, Old brother, por la editorial Charco Press y que Mella estuvo en Escocia presentándolo.
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DANIEL MELLA / NARRADOR URUGUAYO
“Escribo para pensar, para darme cuenta de lo que pienso”
Daniel Mella. Foto cedida por la editorial Comba. |
La historia de Daniel Mella se cuenta casi siempre más o menos de la
misma manera. A los veinticuatro años ya había publicado en Uruguay tres
novelas –Pogo (1998), Derretimiento (1999) y Noviembre (2000)–, y lo adornaba, por tanto, la aureola de niño prodigio. También un aire de escritor maldito, en sintonía con el tono duro, frío y violento de su literatura, que remitía a Bret Easton Ellis o al Nick Cave más salvaje.
La prensa uruguaya lo había encuadrado en la llamada “generación de los crueles”, junto con escritores unos diez años mayor que él, como Gustavo Escanlar, Lalo Barrubia, Gabriel Peveroni o, su amigo y mentor, Ricardo Henry. El futuro de la literatura de la generación posdictadura parecía estar en sus manos. Sin embargo, lo que vino después fue más de una década de silencio editorial.
En España supimos de Daniel Mella gracias a Lengua de Trapo en 1999. Fue por partida doble. Por un lado, su cuento “Blanco” apareció incluido en la antología Líneas aéreas, que preparó Eduardo Becerra a modo de “guía de narradores hispanoamericanos para el siglo XXI”. Por otro, la editorial madrileña publicó su novela Derretimiento. Desde entonces hasta hoy, poco o nada supimos de aquel autor veinteañero tan prometedor.
La prensa uruguaya lo había encuadrado en la llamada “generación de los crueles”, junto con escritores unos diez años mayor que él, como Gustavo Escanlar, Lalo Barrubia, Gabriel Peveroni o, su amigo y mentor, Ricardo Henry. El futuro de la literatura de la generación posdictadura parecía estar en sus manos. Sin embargo, lo que vino después fue más de una década de silencio editorial.
En España supimos de Daniel Mella gracias a Lengua de Trapo en 1999. Fue por partida doble. Por un lado, su cuento “Blanco” apareció incluido en la antología Líneas aéreas, que preparó Eduardo Becerra a modo de “guía de narradores hispanoamericanos para el siglo XXI”. Por otro, la editorial madrileña publicó su novela Derretimiento. Desde entonces hasta hoy, poco o nada supimos de aquel autor veinteañero tan prometedor.
Daniel Mella volvió a la escena literaria uruguaya en 2013. Lo hizo con un libro de cuentos, Lava; luego, en 2016, ese regreso se convirtió en definitivo con la novela El hermano mayor. De hecho, ganó dos veces –una con cada obra– el Premio Bartolomé Hidalgo, otorgado anualmente por la Cámara Uruguaya del Libro. El año pasado, gracias a la editorial barcelonesa Comba, aparecieron ambos títulos aquí, y pudimos por fin apreciar el profundo cambio que ha experimentado la literatura de Mella. De todo eso conversamos con él a principios de agosto.
—En su libro, varios narradores miden más de 1,90 m, algo que
parece remitir a su propia estatura. ¿En qué momento Uruguay perdió un
jugador de baloncesto y ganó un escritor?
—Estuvo muy relacionada una cosa con la otra. Yo tenía dieciocho años y estaba en la selección sub-18. Fuimos a jugar un campeonato sudamericano a Bolivia y, a la vuelta, en mi club, habíamos cambiado de director técnico... El técnico nuevo me sentó en el banco, así que me empecé a deprimir y pedí que me cambiaran de club. En esa época, eso significaba estar un año sin jugar; luego, quedabas libre y podías elegir en qué club jugar. En mitad de ese año de no jugar al básquetbol, en el momento pico de mi crisis, escribí Pogo. Agarré, compré un cuadernito y escribí como un diario personal donde, a medida que iba escribiendo, iba inventando cosas. A los cuatro o cinco días ya tenía algo. Y me dije: “A ver, ¿qué es esto?”. Lo pasé a máquina y se lo di a mi profesor de la universidad. A él le encantó, lo llevó a una editorial y ahí ya dije: “Bueno, ¡a cagar con el básquetbol... Esto es lo que realmente me gusta!”.
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[ MATERIAL EXTRA ]
—Dado el tema de la novela, quizá suene algo frívolo... Pero ¿qué le debe El hermano mayor al surf? Lo digo porque la familia de Alejandro y Daniel
trenzan muchas historias alrededor de este deporte; por ejemplo, sobre la vida vacía y sin
compromisos.
—El surf es muy importante en mi familia. Mi viejo nunca dejó hasta el día de hoy de surfear. Para nosotros los veranos eran dos o tres meses de surf; y el invierno, era mirar videos de surf, pensar en el surf. La atracción por ese estilo de vida estaba ahí. Para mí dejó de ser una tentación cuando empecé a escribir, aunque seguí surfeando hasta los 23 o 24 años. Mis hermanos siguieron, y Sebastián era el que estaba más metido: todo giraba en torno a la posibilidad de correr olas en Chile, Indonesia... Desde el punto de vista productivo, la vida surfista puede ser vista como la vida de un holgazán. Esa fue la decisión que tuvo que tomar mi padre, que estaba decidido a ser surfista, y terminó teniendo una familia. Esa una opción que teníamos ahí.
—Al narrador/escritor le obsesiona que la pérdida conlleva revelación y que el arte nace del dolor. Casi diría que la idea del artista como enfermo o endemoniado que no se quiere curar, que quiere permanecer fiel a su neurosis. ¿Es una imagen de la que huye o con la que se resigna a convivir? Se lo pregunto porque usted fue considerado un escritor maldito en su día.
—Tengo un conflicto con esa figura del artista. Sé que tiene algo de cierto, pero solo eso: algo de cierto. Lo que está bueno es no casarse con esa figura, no creérsela por completo, no aferrarse a ella como si fuera una condición necesaria: “Para escribir tenés que estar enfermo, neurótico, en continua crisis...”. Para mí, sin embargo, la vida ha sido una sucesión de crisis profundas, y no siempre es lindo estar en crisis. Una vez que las vas pasando, vas agarrando confianza, humildad. Uno en un punto se tiene que resignar a escribir lo que puede escribir. Por un momento, emparenté demasiado en mi cabeza la cuestión de que Pogo, Derretimiento y Noviembre fueron libros producto de una depresión, y que por lo tanto no eran lo que me representaba... O lo que yo deseaba que me representara; era el deseo que yo tenía de ser más luminoso, de curarme, de estar mejor, de ser otro. Y supuse que si yo me volvía más luminoso, que si me curaba, que si llegaba a cierta paz conmigo mismo, lo que escribiera iba a ser distinto. En un punto, no puedo hacerme la trampa de decirme que la vida no es hermosa o que no vale la pena... No puedo decir eso absolutamente convencido. Yo sé que no es así; la vida me ha demostrado muchas veces que es hermosa, y lo veo todos los días. Que lo que a uno le pueda salir de la pluma tenga una tendencia más o menos oscura, yo qué sé... Serán cuestiones de para dónde tiende la imaginación de uno, el temperamento, etcétera. Creo que cuando me quedé más tranquilo con eso fue que pude volver a escribir, y entonces escribir los cuentos... Y los cuentos no son ni lo más feliz del mundo ni lo más triste del mundo: son lo que son. No sé si me representan en mi estado de ánimo o en mi evolución; pero, en parte, sí sueño con escribir el libro más luminoso del mundo, con escribir el libro del canto a la esperanza. Sería muy lindo hacerlo, pero ya es solo sueño inofensivo a esta altura.
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P. D.: merece la pena ver estos vídeos donde Daniel Mella charla con la periodista y crítica Soledad Platero sobre varios aspectos que atañen a su obra: niño prodigio, los finales inconclusos, los lugares comunes o los años sin escribir.
Nunca había leído nada de Mella hasta que me mandaron "El hermano mayor" de Uruguay. Sin duda es una novela impactante de un gran escritor. Ahora, como sucede siempre, voy en busca de obras anteriores. José Faget
ResponderEliminarMuchas gracias, José, por leer la entrevista y por dejar un comentario. En España está publicado también 'Lava', un libro de cuentos estupendo (editorial Comba). Y, de la primera etapa de Mella, quizá puedas conseguir 'Derretimiento' en algún saldo.
ResponderEliminarEn Uruguay, por supuesto, consigues todo lo demás sin mucho problema. De hecho, la editorial HUM ha publicado de nuevo 'Pogo' y 'Noviembre'.
¡Saludos!
P.D.: si te interesa la literatura uruguaya, busca en el blog 'Felipe Polleri', 'Mario Levrero', 'Gustavo Espinosa', 'Lalo Barrubia' o 'Roberto Appratto'. Quizá encuentras alguna cosa que te interese. :-)
Soy lector de Levrero y de muchos otros pero la distancia hace que lea lo que puedo conseguir. Me propongo leer a Polleri y Appratto. Muy agradecido por la amabilidad y felicitaciones por el Blog.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, José; que Uruguay esté tan lejos lo hace todo más difícil, casi heroico. Al final, siempre dependemos de los viajes propios o ajenos para traer los libros... En fin, espero que alguna de las recomendaciones merezca la pena.
ResponderEliminarGracias a ti por leer y comentar.