10 de febrero de 2017

Escrituras sublevadas, Carles Hac Mor

Cada tanto aparece un libro importante, uno de esos libros que te desarma la cabeza y te deja con la tarea de ver cómo recompones el puzle. Escrituras sublevadas (:Rata_, 2016), de Carles Hac Mor, es uno de ellos. Un libro-artefacto divertido, creativo, inquietante, genuino, inteligente... Pero, por encima de todo, uno de esos libros que te liberan de las inhibiciones y te autorizan a escribir y a pensar con más libertad. Aire fresco, que suele decirse.

En general, Hac Mor rehuye de las metáforas, pues sostiene que, si el lenguaje ya es de por sí metafórico, metáfora sobre metáfora es enredar, favorecer la engañifa, estar más cerca de que se puede decir algo cuando, en realidad, según él, nihilista y anarquista convencido, lo mejor que podría pasarnos es que se muera el sentido y que regrese el desorden a esta vida tan ordenada que llevamos. Paradójicamente, la mejor manera de definir este libro es con una de las pocas metáforas que hay en él: la escritura sublevada es literatura para lectores que aprecian las cucharas en forma de tenedor.

¿Y qué es eso de los tenedores con forma de cuchara? Estaba tentado de explicarlo cabal y racionalmente, como suelo hacerlo con otras obras... Sin embargo, entiendo que eso sería una aberración para un libro que le pide al lector ser más permeable, más poroso, menos respetuoso con el orden creativo establecido. Además, el propio Hac Mor habilita a que cada quien corte, recorte y reescriba a su manera lo que sus heterónimos y él han escrito.

Por tanto, como lector aplicado y entusiasta de Escrituras sublevadas, todo lo que tengo que contar sobre el libro lo contaré de una manera hacmoriana. Es más: me apropiaré sin pudor de las palabras o ideas sublevadas —muchas veces incluso de manera textual— y las recombinaré a mi libre albedrío. Lo que mi reseña reste a la obra habrá de compensarse leyendo lo que otras personas mucho más sabias y hacmorianas dijeron antes que yo en Escriptures alçurades, la versión original e inimitable de este libro. A ellos me remito: Jordi Marrugat, Ester Xargay, Álex Broch, Dolors Miquel, Jaume C. Pons Alorda, Jordi Nopca o Joan Casellas. También, por supuesto, a Pablo Martín Sánchez, quien ha traducido del catalán con imaginación, garbo y pericia un texto absolutamente imposible.

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#hacmoriana n.º 1 |
Escritura abstracta. Antinovela. Ensayo paraparémico para deslegitimar lo que otros sobrelegitiman. También, por qué no, derridadaísmo anarconihilista duchampiano (o algo así). La escritura sublevada es a veces una narración sin argumento y otras, un argumento sin narración que cambia —salta— de cuadro —de tema— todo el tiempo. ¿Todo? Bueno, de vez en cuando: cada dos o tres líneas, o cada cuatro, o cada siete, quién sabe. En cualquier caso, es una narración o un argumento (¡o un cordero negro de patas rosas!) cuyo hilo narrativo viene fragmentado en miles de pedazos por aquello de evitar la tiranía de la linealidad y el fascismo de las formas bien acabadas (tan perfectitas ellas, ay). La escritura insurrecta consiste —si es que consiste en algo— en decir algo porque no se tiene más remedio que decir algo, pues, hagas lo que hagas, ese algo es lenguaje, y el lenguaje siempre nos tiende su trampa y se empeña en que todo signifique algo. Por tanto, la única salida cabal que le queda a uno es contradecirse lo antes posible, de la manera más rotunda, prefijo va, prefijo viene, rizoma va, rizoma viene, y así intentar anular el significado de lo creado anteriormente. También es bueno infringir cualquier regla de estilo y repetir la palabra algo. Es más: no hay sublevación sin descenso del peldaño de poeta al de perro y de ahí al de infrapoeta con aspiraciones de fracasado total. Entendámonos: el prestigio es una pátina de mierda que ahoga la creatividad. Por cierto, hay un mejillón abandonado en la cuneta de la carretera: ¿estamos perdiendo el norte o qué?

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#hacmoriana n.º 2 | Escribir por escribir, ordenar el pensamiento y, a continuación, desordenarlo sin necesidad de caer en lo onírico, en los sueños, sino trabajar desde el preconsciente con toda la filosofía y estética que uno lleva a cuestas, por pesada —o ligerísima— que sea su carga. Al fin y al cabo, qué remedio, uno es también ese ser que se sienta en una silla a pensarse y hacer como que se mira desde dentro y desde fuera, como si la existencia fuera reversible, etcétera, etcétera. En fin, la clave de todo está en el escalaborne. Sin escalaborne todo sería muy distinto. También sería todo muy distinto sin los corderos negros de patas rosas. Por ejemplo, un escalaborne a tiempo evita que el candidato a infrapoeta se solidifique, se vuelva rígido, se cristalice sobre sus propios prejuicios y ya no sepa balar como un cordero negro. La escritura sublevada predica —si es que predica algo sobre algún sujeto— que más vale ser gelatina para flan que hormigón o acero para obelisco laudatorio de uno mismo. También que más vale balido volando que valiente escalaborne en mano volátil. En fin, que el arte, ya lo dijo alguien, es un peligro para el arte y querer enseñarle algo a alguien un delito de lesa creatividad. Seamos serios: toda convicción es una enfermedad.

 
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#hacmoriana n.º 3 | Sublevarse es romper con la fuerza coercitiva más tirana de todas: la coherencia. La coherencia es nazi, dice Hac Mor, o deja que diga alguno de sus múltiples heterónimos. Por tanto, ¡mujan los sonetos y bailemos al son de la musicalidad patética y tétrica del gato en plan pazguato por la epidemia de la academia! Al parecer, hemos pasado demasiado tiempo viajando hacia el orden dentro del caos y, quién sabe, acaso sea el momento de cambiar de dirección y dirigirnos hacia el caos que hay dentro del orden. Es más: a lo mejor es factible hacerlo a través del lenguaje. Acaso las cumbres de las cordilleras nos impidan ver el sotobosque; pero, quién sabe, a lo mejor no, a lo mejor nos ayudan a que emerja la obra maestra, una obra maestra por completo ilegible, incontaminada, sin ningún referente, con un lenguaje de colores que aún no existen. Por eso mismo, y antes de que nos pongamos más estupendos, lo suyo es desjerarquizar lo jerarquizado (aunque yo más bien diría lo sobrejerarquizado) y desestudiar lo estudiado (aunque yo más bien diría, etcétera). ¡Berreen los corderos negros con patas rosas! ¡Mujan los gatos! Y, ya puestos, y por pedir que no quede, tampoco sería mala cosa desestructurar lo superestructurado; en particular, lo amartillado con sangre, sudor y lágrimas (y mucho capital, claro). La liberación habrá de ser integral y llegar por la vía del humor. Y del escalaborne, naturalmente.

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#hacmoriana n.º 4 | La escritura sublevada es una escritura potencial: es el sumatorio de todas las escrituras que podrían ser y no son, de las escrituras que no caben ni en el canon ni en la cabeza de quienes se enfrentan al hecho de escribir tan anclados en unas tradiciones que excluyen de plano otras sin importarles una mierda (ni un escalaborne) su olvido. A ellos y a ellas les digo: aún os veo completamente desnudos con una hoja de col en la cabeza, ¿sabéis? La escritura sublevada es el contrapunto de la literatura instituida, aceptada, esa que es pasto hasta el momento de cualquier tipo de crítica literaria. Es una escritura con vocación de impublicable y que aspira al fracaso más absoluto y donde todo lo que no viene a cuento tiene cabida; en particular, los tópicos o las series de frases banales sin ilación, siempre y cuando, cada tanto, uno se permita un florón estilístico para demostrar que, por debajo del tontorrón que escribe, hay un esteta que huye de la nefanda excelencia de la indignidad literaria que otros y otras practican. ¡Mujan los sonetos! ¡Balen los escalabornes! Se trata de ir hacia la Oscuridad para comprender mejor la Claridad, de explorar la costra matérica que hay en los márgenes de los ajilimójilis de la santísima trinidad gramatical del yo, tú y él (o ella, claro). El arte, entre otras cosas, es una lucha por liberarse del arte. Y si no que venga Duchamp y lo mee todo.

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#hacmoriana n.º 5 | La escritura sublevada gusta de lo abstracto, incluso de escribir sin conceptos, y se caracteriza por la ausencia total o relativa de tema o de argumento, por la mezcla aleatoria de géneros, por aceptar cualquier alteración o tensión sintáctica sin justificación aparente, por amparar la ausencia de lógica y de coherencia como algo inherente al hecho creativo. La escritura sublevada, en el fondo —pero también en la superficie—, es un tenedor con forma de cuchara capaz de prender fuego, por fin, a todos los museos. La escritura sublevada rehuye la sensatez, aunque no siempre; tan solo cuando alguien caza al vuelo nuestra memoria y se produce una transmigración de personalidades o cuando, sin apenas esfuerzo, el personaje de una obra se convierte en un mueble doméstico (literalmente, que lo otro no tiene mérito, ¿eh?). La escritura sublevada se lleva bien con el anacoluto, la anáfora, el homotéleuton o la botaratada (lleve nombre griego o no). Esto de sublevarse mientras se escribe es, al fin y al cabo, la trascendencia de la intrascendencia mezclada con teoría acérrima del absurdo. Con todo, no deja de ser una escritura donde escribir es una manera de construir un objeto de conocimiento llamado texto y una manera de reconocer que el conocimiento es una vía de acceso más al desconocimiento. He ahí la paraparemia suprema (o no, quién sabe).

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#hacmoriana n.º 6 | El estilo es un recurso que momifica el estilo que podríamos estar inventando al escribir, si no pensáramos tanto en el estilo. Es más: el estilo es algo que nos impide empezar diciendo banalidades y experimentar cómo, en mitad de ese charco textual, de repente, brota un borbotón de profundidad destinado a diluirse en ese océano banal donde chapoteamos la mayoría del tiempo. Quizá sea conveniente trabajar con una mezcla indisciplinada de elementos que favorezcan lo asociativo, los saltos imprevistos, la fusión de la perspectiva objetiva y subjetiva. No estaría de más que ese sujeto que somos —o creemos ser— fuese capaz de desestudiar cómo construye la mirada con que la que se cuenta a sí mismo quién es. ¡Hay que subvertir los hábitos de escritura y de lectura! ¡Hay que escribir contra el canon y contra el lector! Hay que zambullir a los abuelos del geriátrico en una piscina contaminada por energía alienígena y hacerlos rejuvenecer hasta que vuelvan al útero de sus respectivas madres, de modo que esas madres vuelvan a vivir y que todo vuelva a empezar. Pero, sobre todo, hay que recordar que lo importante es entender que lo más importante de todo es que nunca nada es importante, y por lo tanto esta afirmación —y todo lo afirmado con anterioridad— tampoco lo es. La vida es un trabalenguas cacofónico, sí, qué le vamos a hacer si se nos lengua la traba. Ahora bien, sin escalabornes ni corderos negros ni hojas de col, ¿cómo luchar entonces contra una debilidad que no cesan de imponernos?

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