7 de febrero de 2016

El Hambre, Martín Caparrós


¿Qué decir de un libro tan monumental y abarcador como El Hambre, (Anagrama, 2015)? ¿Cómo resumir la gran cantidad de proteína y fibra intelectual que contiene? ¿Por dónde empezar, qué dejar fuera, dónde hacer foco? Honestamente: no lo sé.

Y como no lo sé y, además, me conozco, sé que podría pasar dos años estudiándome este ensayo antes de reseñarlo; por tanto, me limitaré a anotar 27 ideas sobre el tema que desarrolla: cuáles son los mecanismos que explican la existencia del Hambre en un sistema capitalista. Por supuesto, muchos de los argumentos de Caparrós quedarán fuera de mi resumen... Pero, bueno, para eso queda la lectura completa y disfrutona de este ensayo de más de 600 páginas.

Eso sí, antes de ir a mi listado de ideas, una aclaración: por aquello de honrar el título del libro y a quienes lo protagonizan —la mujer de la portada, por ejemplo—, escribiré siempre Hambre y Hambrientos. No soy partidario de ese tipo de diacríticos, salvo en excepciones tan honrosas y merecedoras de ello como esta. Amén.


27 IDEAS PARA REPENSAR EL HAMBRE (Y EL CAPITALISMO) | parte 1

01. El problema. Hay unos 1000 millones de personas que padecen Hambre en el mundo. De hecho, alguien muere por esa razón cada 4 segundos, lo que equivale a decir que mueren unos 9 millones de seres humanos cada año. Si bien habitamos el planeta unos 7300 millones de personas, los datos dicen que producimos comida suficiente para alimentar a unos 12 000 millones. Salta a la vista que algo falla, ¿verdad? Pues bien, este ensayo se propone contarnos cuáles son los mecanismos que explican esta situación de lesa humanidad. También postula que el Hambre no se acabará si seguimos comportándonos como si fuéramos hámsters que solo saben distraerse corriendo en la ruedita de la jaula donde el sistema capitalista ha encerrado nuestro pensamiento. O dicho de otro modo: para erradicar el hambre, debemos inventar algún tipo de sistema poscapitalista.

02. La solución del Hambre es política.
Según Caparrós, las hambrunas contemporáneas no son el efecto de la falta de alimentos, sino de carecer del dinero necesario para comprarlos. Por tanto, erradicar el Hambre tiene que ver con el sistema económico que pauta nuestra convivencia. Todos los sistemas han caducado en algún momento, así que es cuestión de años, décadas o de algún siglo que otro que el capitalismo actual desaparezca y deje paso a otro sistema. ¿Y cómo será ese otro sistema? Lo deseable es que seamos capaces de construir uno que resuelva, como mínimo, la gran injusticia del actual: distribuye mal lo mucho que produce y condena al Hambre —la forma más extrema de la pobreza— a unas 1000 millones de personas. Debemos aspirar y pelear por construir un sistema gobernado, en vez de por la idea publicitaria del consumo individualista y desaforado, por la idea más comunitaria de que todos los seres humanos tenemos derecho a comer. Va de nuevo: con el sistema actual, el Hambre no se va a acabar (y, según Caparrós, tampoco alcanza con introducirle «ligeros retoques tecnoecologicos»).

03. Los Hambrientos carecen de plato favorito. El Hambre es la forma más extrema de la pobreza, y por ello quizá nos cueste entender con precisión qué significa eso a quienes de vez en cuando nos decimos cosas como esta: «Hoy, te voy a cocinar tu plato favorito». Quienes pasan Hambre son personas cuya dieta se compone de un solo alimento: mijo, arroz, sorgo, polenta... Y solo desayunan, comen y cenan eso —si es que tienen suerte— día tras día, mes tras mes, año tras año, toda una vida. Y su existencia gira, a tiempo completo, alrededor de comer esa bola de mijo, arroz, sorgo o polenta. Es más: sus ínfimos recursos económicos los dedican precisamente a (mal)comer la dichosa bola de ese único alimento al que tienen acceso. Por eso, cuando Caparrós les pregunta por su plato favorito, no entienden a qué se refiere, no saben qué contestar, desconocen esa manera tan genuina y común que otros seres humanos tenemos de mostrarnos afecto entre nosotros.

04. Ideología... es tener ideas. En pleno desprestigio de las ideologías —algunos de nuestros políticos incluso reniegan de ellas en la televisión en horario de máxima audiencia—, Caparrós reclama la ideología como vía para transformar la realidad. ¿Por qué? Porque «para conseguir cambios hay que quererlos, [hay que] tener ideas». También porque, entre otras cosas, «la única razón por la cual hay hambre en un mundo que produce suficiente comida es otra ideología». ¿Cuál? «Esa que no es una, que se presenta como la naturaleza misma: la que sostiene que lo mío es mío —y lo tuyo, ya veremos». A fuerza de renegar de la ideología y despolitizarnos, dice, una posible Nueva Revolución Francesa enarbolará como lema «seguridad, sexualidad, longevidad». Grandes y vibrantes divisas, como se ve.

05. Sin tiempo libre ni privacidad. Formar parte de los Hambrientos, implica la desaparición de lo que algunos humanos valoramos por encima de todo: el ocio y la privacidad. El Hambre es la forma más extrema de la precariedad laboral: trabajas y trabajas —y sigues trabajando— solo con un único fin: alimentarte para no morir de inanición. Y cualquiera sabe qué sucede cuando te hurtan el tiempo libre y solo puedes pensar en sobrevivir: no tienes ni tiempo ni fuerzas para rebelarte. Además, si el Hambriento llega a tener algo de tiempo, lo normal es que lo disfrute en un sitio bastante poco parecido a lo que otros llamamos hogar, despacho, mi cuarto, etc., y que ese paupérrimo espacio vital tenga que compartirlo con más gente. ¿Va en serio, de verdad, eso de que esta es la única alternativa? ¿Quién puede rebelarse y reclamar sus derechos en estas condiciones?

06. La ficción de lo global. El concepto de mundo globalizado es una sofisticada ficción creada de modo interesado por quienes tienen más riqueza en este planeta. ¿O es que la globalización ha convertido a África en un continente donde sus habitantes quieren vivir en vez de emigrar? Lo global es una ficción que, entre otras cosas, se basa en la lectura sesgada de unos datos que rara vez son fiables... Eso por un lado. Por otro, ese relato ilusorio de lo global persigue instalar dos argumentos taimados en nuestro imaginario: 1) todos lo problemas son culpa de los extranjeros (y casi nunca de nuestros ricos nacionales); 2) la culpa del hambre en Ghana, por supuesto, es solo del Gobierno ghanés.

07. Los derechos humanos y las moscas. Cuando se pasa Hambre, el cerebro se deteriora, las facultades cognitivas se desploman, la cosmovisión se estrecha hasta entrar por el ojo de una aguja de coser. Según Caparrós, los Hambrientos viven presos de los límites de su pensamiento, entre otras razones, porque entre la malnutrición y los interesados en hambrearlos les han robado la capacidad de imaginar que su situación es injusta y que existe una salida. Talima, una mujer bengalí, describe el Hambre como el zumbido de cien mil moscas en la oreja. ¿Se puede pensar en algo razonable con semejante ruido arrasándote la cabeza?

08. Cuatro datos para entender dónde vivimos. Uno: el 5 % de los más pobres de Alemania tienen más ingresos promedio per capita que el 5 % más rico de Costa de Marfil. Dos: el 90 % del suelo africano carece de registro legal apropiado, entre otras razones porque es un continente en guerra donde circulan unos 70 millones de kalasnhikov. Tres: China debe alimentar al 20 % de la población mundial —la suya, sus 1000 millones de chinos— y, sin embargo, dispone apenas del 8 % del suelo arable del mundo. Y cuatro: la FAO dice necesitar 30 000 millones de dólares para erradicar el Hambre y, sin embargo, nunca consigue los fondos necesarios... ¿Alguien recuerda cuánto costó rescatar a Bankia, a Lehman Brothers y a tantos otros bancos?

09. La religión como inhibidor de la conciencia política.
Muchos de los Hambrientos están convencidos de que tienen el estómago vacío porque el mundo es así. Porque esto es lo que hay. Porque a alguien le toca perder para que otros ganen. Porque Dios, Alá, Krishna o cualquiera que sea el dios al que adoran —salvo al del conocimiento— así lo ha dictaminado. Viven en una suerte de fatalismo determinista donde el hambre alimenta la creencia, y la creencia alimenta el hambre. Ya lo dice Caparrós en casi cada entrevista que concede: «Me he encontrado pocos hambrientos ateos por el mundo».

10. El eufemismo como retórica posmoderna. Hace tiempo que al capitalismo, por razones obvias, se lo llama libre mercado —suena bien lo de libre, ¿verdad?—; por razones igual de obvias, los burócratas del mundo han renombrado el Hambre como inseguridad alimentaria y la miseria, como pobreza extrema. El nombre de las cosas importa, claro; por eso están quienes compran y venden biocombustibles en vez de agrocombustibles, pues convengamos que transformar 170 kg de maíz para producir 1 tanque de etanol-85, en vez de usarlo para dar de comer a un chico zambiano, mexicano o bengalí, tiene poco de bio. De hecho, y por seguir con los eufemismos contemporáneos, las fuerzas colonialistas prefieren autodenominarse socios comerciales preferentes... Con razón, la oenegé Vía Campesina tuvo que acuñar la expresión soberanía alimentaria. Al Enemigo, hay que combatirlo también ahí, en el terreno semántico.

11. La superstición también mata lo suyo. Por desgracia, los Hambrientos del mundo confían más en un médico ayurveda, en el marabú de su tribu, el kabiraj de turno o en cualquier otro curandero avalado por su tradición que en los profesionales de Médicos Sin Fronteras. Ese es también un límite mental que supone que muera mucha gente que, de otro modo, podría salvarse. El Hambre también tiene que ver con la educación, con la capacidad de disponer de herramientas intelectuales para tomar decisiones que te conduzcan a vivir mejor. Quiero decir: lamentablemente, los Hambrientos también ponen de su parte para que les pase lo que les pasa. La religión, la superstición, el machismo o el patriarcado son cuatro de sus aportaciones más notables.

12. La ficción numérica.
¿Con qué números hay que pensar un país como la India, paradigma de las llamadas economías emergentes? ¿Con aquellos que dicen que son «la democracia más grande del mundo» debido a que tiene una población de 1200 millones de personas, que muestran un PIB creciente, que exporta toneladas de comida, que es el segundo país con más billonarios —53—, etcétera? ¿O con aquellos que muestran que la India tiene más de 250 millones de Hambrientos y que 836 millones de personas viven con menos de 20 rupias al día? ¿Pensamos el mundo con los datos de organismos como el FMI y revistas como The Economist o lo pensamos a través de los que aportan Oxfam, Médicos Sin Fronteras y demás gente comprometida con erradicar el problema?

13. La malnutrición, una enfermedad con diferentes apariencias. Algo diabólico de la malnutrición es que se manifiesta de manera distinta en Níger que en la Argentina, en Bangladés que en Estados Unidos. En los países pobres, los malnutridos son gente más o menos famélica y, en el caso de los niños, calificarlos de malnutridos depende de algo tan surrealista para una madre africana o sudasiática como el contorno del brazo de su hijo. En los países ricos y no tan pobres como los más pobres del mundo, la malnutrición toma la forma opuesta: la obesidad. ¿Por qué? Porque su alimentación es una mierda: precocinados, grasas trans, azúcares en cantidades industriales, carbohidratos refinados a tutiplén y, por extensión, todo aquello que sea barato y saciante.

14. Más (y más) datos. El libro de Caparrós está lleno de datos. Hay tantos que, al final, no sé cuál es el más crudo... En fin, yo lanzo unos cuantos más, por si alguno le conmueve alguna fibra a alguien: en Bangladés, tres de cada cien niños recién nacidos mueren de Hambre y, de los que sobreviven, el 46 % morirá de lo mismo cuando sea un adolescente o un joven. ¿Es tan alocado y demagógico autoexigirnos, como europeos, occidentales y blablablá, que no tiremos a la basura entre el 30 y el 50 % de la comida que compramos? Ya sé que eso no soluciona lo del Hambre; pero, al menos, nos pone en una senda hacia la cordura, ¿no? ¿O es que es razonable desperdiciar una media de 100 kilos de comida por año y habitante, y que los africanos y asiáticos solo malgasten unos 10 kilos?
 
*


[ Continuará la semana que viene. Entre tanto, y por si alguien quiere leer algo más sobre Martín Caparrós en este blog, enlazo las entradas que le dediqué a dos libros suyos: El Interior y Una luna. Asimismo, a modo de complemento vitamínico, recomiendo leer esta entrevista donde está muy bien explicado, entre otras cosas, el punto de partida del libro. ]

*

Actualización: a la segunda parte de la entrada, se accede por aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario