14 de febrero de 2016

El Hambre, Martín Caparrós (y 2)

La 1.ª parte de esta reseña sobre El Hambre (Anagrama, 2015), de Martín Caparrós, la publiqué la semana pasada y se accede por aquí. Anuncié que iban a ser 25 ideas; pero, al final, la cosa ha quedado en 27 (y un bis). Cosas de bloguear, en fin.


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27 IDEAS PARA REPENSAR EL HAMBRE (Y EL CAPITALISMO)  | parte 2


15. El sesgo femenino (parte india). El 60 % de los Hambrientos son mujeres. Para comprender esa cifra, Martín Caparros nos sugiere visitar la India o Bangladés, donde ser mujer y morir en el intento es el pan nuestro de cada día. Quizá el caso más sangrante sea la ciudad india de Vrindavan, donde está radicado el templo de Sri Bajwan Bhajan, un lugar donde las viudas hinduistas van a arrepentirse de que su mal karma haya llevado a la tumba a su esposo (leer para creer, sí). Apartadas de la vida —por jóvenes que sean—, se entregan en oración al dios Krishna, mendigan a diario algo para comer y esperan que un buen día la muerte se acuerde de ellas. Como en otros países, en la India, ser mujer puede convertirse en un castigo y estar penado con el Hambre.

16. El sesgo femenino (parte bengalí). En Bangladés, más de 6 millones de mujeres malviven cosiendo para multinacionales de variada procedencia. Los accidentes laborales, las condiciones insalubres de vivienda, el hacinamiento familiar o la explotación laboral son moneda corriente. Sin embargo, cada tanto, nuestros medios emiten el reporte de los beneficios de Inditex con una suerte de orgullo nacional, como si Amancio Ortega fuera el Rafa Nadal o el Gasol de nuestros negocios, y debiéramos celebrar como un triunfo colectivo sus logros económicos individuales. En serio, ese señor que aumentó su fortuna en unos 20.000 millones en 2012, ¿ni siquiera tiene que ver un poquito con la explotación laboral y el Hambre que pasan las mujeres bengalíes?

17. La reencarnación en su versión capitalista. Hay 1425 millones de personas que gastan menos de 1,25 dólares al día. Bien, atentos al dato: muchas vacas de la Unión Europea reciben un subsidio de unos 2,20 dólares por día... Es decir: las vacas europeas son más ricas —en el sentido económico, se entiende— que «3500 millones de personas, la mitad de la población mundial». Con razón, señala Caparrós, suele decirse que «el sueño del granjero indio es renacer como vaca europea». Y no solo el suyo, seguro que también el de los granjeros de Malí, Chad o Burkina Faso, cuyos Gobiernos publicaron en su día un artículo en el New York Times diciéndonos: vuestros subsidios nos están matando. Eso sí, convengamos que el sueño del granjero indio es bastante modesto; puesto a reencarnarse, mejor le iría si lo hiciera en Carlos Slim, ese señor mexicano cuya fortuna supera el PIB de 128 países. O en Warren Buffet, ese otro multimillonario que hace tiempo declaró que existe una guerra de clases y que la suya, la de los ricos, va ganando por goleada.

18. Hubo tiempos mejores para los pobres. A propósito de su país, Martín Caparrós entrevista a la antropóloga alimentaria Patricia Aguirre, cuya conclusión resulta aterradora: en la Argentina, allá por la década del 60 y del 70, los pobres comían mucho mejor y más sano que ahora. La gran diferencia estriba en que entonces los pobres comían cortes de carne más baratos que los ricos; pero, al contrario de lo que sucede hoy, ingerían ese tipo de proteínas de manera habitual. Actualmente, las familias pobres no pueden comprar apenas carne, verdura o fruta, y priorizan todo aquello que es barato y sacia. En el mejor de los casos se alimentan de pasta, pan o polenta; en el peor, de comida ultraprocesada, llena de grasas trans y azúcares, calorías vacías y colesterol. Por eso, ahora se da una paradoja única en la historia de la Argentina: los ricos son flacos y los pobres, gordos. Y todo eso sucede en un país que en el siglo XX supo ser granero del mundo y que, como Uruguay, alguna vez presumió de tener más vacas que personas. Tomemos nota los demás, digo.

19. La favelización de las metrópolis.
Las dictaduras militares del siglo XX y el neoliberalismo de los 90 reemplazaron, en palabras de Caparrós, la violencia orgánica de la clase obrera por «la amenaza de la violencia inorgánica villera». Quienes tenían el poder optaron por combatir y aniquilar la primera —organizada, laboral y de clase—, y estimular la segunda, caracterizada por ser individual, desmarañada, drogona y pistolera. Así, muchos barrios obreros han devenido en cantegriles, villas miseria, colonias populares, favelas, slums... Es decir: en zonas urbanas donde hacinar a los llamados «excluidos económicos». Además, como bien sabemos, el Estado suele brillar allí por su ausencia, y con frecuencia cede el control a los narcos o delega su responsabilidad en las ONG. A decir de Mike Davis en Planet os Slums, esta clase social —la más pobre de todas, la más Hambrienta— es la que más ha crecido en los últimos años. De hecho, ya representa alrededor del 20 % de la población mundial y, en ciudades como Bombay, supone una mayoría social (el 60 % de la ciudad es villa miseria).

20. Lecciones apresuradas sobre economía moderna y global.
De manera simplificada, la economía mundial funciona más o menos así: hoy «un pollo en Senegal ya no vale lo que vale un pollo en Senegal, sino lo que podría costar en París o Nueva York si conviniera transportarlo». Dicho así, parece un cambio de reglas inocuo. Sin embargo, el problema viene cuando al Gobierno francés o al estadounidense les da por subvencionar el pollo a sus ganaderos (que suelen estar muy cabreados, por cierto, y suelen presionar para que eso suceda). De hecho, puede que terminen subvencionando hasta el transporte (si la paz social así lo requiere). Entonces sucede que los productores de pollos senegaleses, ven que sus pollos no se venden y, a lo mejor, como ha pasado con los granjeros indios, les da por suicidarse porque ven imposible competir contra semejantes gigantes económicos. Caparrós insiste varias veces a lo largo del ensayo en dos pensamientos capitalistas que explican la muerte de las economías de subsistencia: 1) «la comida no se produce, se compra»; 2) «no mata el atraso, sino el desarrollo de otros».

21. Al inframundo se baja desde el planeta Tierra.  Ni siquiera la villa miseria, la favela o el slum son ya el último escalón social. En la India, por ejemplo, existe un nivel de miseria aún mayor: el de los pavement dwellers, personas que casi a diario buscan dónde poner cuatro palos y un plástico para vivir, y que por ello sufren la ira de sus vecinos y vecinas. En la Argentina, el nivel inferior al de la villa miseria está en una barriada estilo bengalí, como sucede con quienes viven cerca de los basurales de José León Suárez. También allí los pobres aplacan su ira pegando a otros pobres mientras pelean por conseguir comida. Cuando hablamos de descohesión social, hablamos, por ejemplo, de esto.

22. A la modernidad lo agrario no le parece cool. En los países ricos, la agricultura es una actividad demodé, poco apreciada... Es más: el sector vive una crisis vocacional entre los jóvenes semejante a la del sacerdocio católico. Por tanto, si casi nadie quiere cultivar el campo y, además, quienes lo cultivan se siente infravalorados por la sociedad y desprotegidos por el Gobierno de turno, ¿adónde vamos? Es más: ¿cómo nos condiciona eso en el entramado económico global y en el tipo de país que estamos construyendo?, ¿cómo afecta eso a las economías más pobres? Eso por un lado. Por otro, la pregunta de siempre: ¿hay algún agricultor o algún consumidor español que considere razonable que las zanahorias incrementen su precio un 400 % entre el campo y la mesa? Y ya que estamos: cuando hayamos terminado de hundir nuestra agricultura, ¿qué será de nosotros, de nuestro país? O mejor dicho: ¿de quién y a cambio de qué dependeremos para alimentarnos?

23. Más economía global: el efecto mariposa en su aspecto más perverso. El gran invento de Goldman Sachs fue convertir la comida en un valor financiero, en un concepto con el que se podía especular. Gracias a esa agudeza tan insolidaria, los movimientos de la bolsa de Chicago gestaron la llamada «burbuja de la comida». Así lo explicó, según cita Caparrós, el analista estadounidense Frederick Kaufman en un artículo publicado en la revista Harpers: The food bubble: How Wall Street starved millions and get away with it. En versión breve,  y siguiendo las palabras de Caparrós en esta entrevista (min. 4), la cosa viene a ser así: cuando un trader de Chicago gana millones de dólares apostando contra la soja o a favor del maíz, al día siguiente millones de  campesinos de Sudán, Malí, Burkina Faso y demás países pobres del mundo no pueden comprar el mijo, el sorgo o el arroz que constituye casi el único alimento que toman a diario. ¿Por qué? Porque el precio ha subido tanto que les resulta inaccesible. Lo que para los trader es funny money —como el del Monopoly—, para otros es la nada divertida sensación de Hambre. Ojo, los inversores de la bolsa de Chicago no se proponen como meta hambrear a los campesinos africanos o asiáticos, tan solo es que aceptan eso como un daño colateral inherente a hacer bien su trabajo.

24. La apropiación de tierras por parte de empresas extranjeras (o land grabbing). El capitalismo, «bajo el estandarte de la globalización, el libre comercio y la ayuda a los pobres, ha patentado una nueva forma de colonialismo: el de las empresas y los multimillonarios que compran a precio irrisorio tierras en países pobres con dirigentes corruptos y que no tienen la más mínima piedad con su pueblo. Caparrós pone como ejemplo, entre otros, a la empresa coreana Daewoo en Madagascar, a un multimillonario indio en Etiopía o a los jeques saudíes en Sudán. Este movimiento comercial tiene algo de curioso y algo de perverso. Lo perverso es que montones de pequeños e ingenuos ahorradores, a través de los fondos de inversión donde ponen su dinero a trabajar, favorecen este tipo compra-venta sin saberlo (o la aceptan como daño colateral inevitable...). Y lo curioso es que los muy capitalistas inversores que se apropian de tierras en países ajenos a los suyos lo hacen porque... ¡no quieren depender del comercio internacional! Es decir: son capitalistas que desconfían del capitalismo. Muy impresionante, que diría Cortázar.

25. El desencanto (político) era esto. Yo diría que, a la vista de lo anterior —y de mucho más que excede los límites de esta reseña—, nuestro estado como especie puede resumirse en esta idea que Caparrós escribe hacia el final del libro, allá por la página 599: 
[...] ya nadie cree que los ciudadanos de Níger llegarán a vivir alguna vez como suecos, todavía muchos desprevenidos creen que algún día los nigerinos comerán todo lo que precisan. 
Y con eso, está dicho casi todo. Sin la utopía de que Níger, Haití, Yemen, Guatemala o Liberia puedan llegar a tener un nivel de vida escandinavo —y un PIB competitivo contra gente como Slim, Ortega o Buffett—, ¿qué nos queda como planeta? ¿De verdad no entendemos por qué tanta gente está dispuesta a migrar en las condiciones más infrahumanas para vivir en Estados Unidos o en Europa? ¿De verdad?

26. Redefinamos el concepto de progreso.  A falta de modelos superadores del capitalismo actual, sostiene Caparrós, la izquierda parece refugiarse en mecanismos de un pasado idealizado. En vez de estar a favor de la ciencia que multiplica la productividad de los campos por 20, la combate y propone una suerte de bucólico retorno a lo campestre: deificar lo orgánico, demonizar lo transgénico, etc. Según Caparrós, «el problema no es el cambio de paradigma productivo», sino «saber quién se beneficia de él». O dicho de otro modo: si lo que queremos es dar de comer a los mil millones de Hambrientos, la pelea no puede estar —o al menos no solo— en el huerto urbano, los grupos de consumo y demás; la pelea debe darse por un objetivo más alto: en quién, por qué y para qué ha permitido a Monsanto, Cargill y otras empresas patentar semillas, esto es, patentar la naturaleza. ¿Es todo privatizable: la sangre, la sanidad, el agua potable, las semillas, la comida...?

26 bis. Es más: la pelea está en romper con una noción de progreso técnico que «no es un intento de mejorar vidas, sino la búsqueda de que algunos acumulen más riqueza». La pelea está en conseguir que el mismo progreso científico que ha convertido en hiperproductivos los campos de Estados de Unidos o de Brasil pueda aplicarse en hacer algo parecido en los yermos campos de Níger, Etiopía o Sudán. Es una cuestión de compartir semillas, tractores y tecnología, no de privatizar el conocimiento. Eso siempre y cuando lo que nos mueva sea el bien común y, por tanto, convertir en autónomos a países a los que ahora obligamos a depender de nuestra ayuda económica a cambio de  todo tipo de negocios: uranio para centrales nucleares, metales raros para teléfonos, apropiación de tierras para agrocombustibles, petróleo, etc.

27. Nerón... y otros pirómanos. Para terminar, una historia que Caparrós pone en boca de Palagummi Sainath, y que expresa bastante bien el punto de vista global de El Hambre:
Cuando empecé a estudiar historia, tuve que leer a Tácito y sus anales. Tácito escribió sobre Nerón y el incendio de Roma. Tácito era un historiador muy desapasionado: detestaba a Nerón, pero no lo culpó del incendio; dice que Nerón no lo empezó. Sí dice que estaba muy preocupado y que tenía que distraer a las masas, y que para eso organizó la fiesta más grande de la Antigüedad. En la bella prosa de Tácito, el emperador ofrece sus jardines para la recepción. Todo el que fuera alguien estaba ahí: los senadores, los nobles, los periodistas de chismes, toda la gran sociedad estaba ahí.

Pero Tácito cuenta que Nerón tenía un problema: cómo iluminar todo ese espacio, ese inmenso jardín. Se le ocurrió una idea: trajo cantidad de criminales y los hizo quemar para iluminar la fiesta. En la bella prosa de Tácito, «fueron condenados a las llamas para proveer iluminación nocturna». Para mí, la cuestión nunca fue Nerón; siempre fueron los invitados de Nerón. ¿Quiénes eran los invitados de Nerón? ¿Qué tipo de mentalidad  había que tener para meterse otro higo en la boca mientras seres humanos se quemaban para iluminarte? ¿Qué mentalidad para dejar caer aquellas uvas en tu lengua mientras las llamas consumían a alguien para darte luz? Era la gente sensible de Roma: los poetas, los cantantes, los músicos, los artistas, los historiadores, la intelligentsia

¿Cuántos de ellos protestaron? ¿Cuántos levantaron una mano para decir eso está mal, no debería suceder, no debe seguir? Según nos cuenta Tácito, ninguno. Nadie lo hizo. Por eso siempre me pregunté quiénes eran los invitados de Nerón. Tras cinco años de escribir sobre los suicidios de granjeros, creo que tengo mi respuesta. Y creo que ustedes también saben quiénes eran. Podemos disentir acerca de cómo solucionar este problema. Podemos incluso disentir en nuestro análisis del problema. Pero creo que podemos establecer un punto de partida: podemos ponernos de acuerdo en que no seremos los invitados de Nerón.

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