1 de noviembre de 2015

El increíble Springer, Damián González Bertolino

El increíble Springer (Casa Editorial Hum, 2014), de Damián González Bertolino se compone dos novelas cortas: la que da título al libro y Threesomes. La primera tiene que ver con el fútbol, recibió un premio en Uruguay y acapara el bombo editorial de la portada y de la contraportada. La segunda nouvelle, en cambio, se sirve del golf como materia narrativa, no recibió galardón alguno y viene acompañada de un glosario terminológico que, en principio, no la hace tan atractiva como la otra. Pues bien: la del golf es mucho mejor que la del fútbol.

De lejos, además.

Por eso, y porque mi vida bloguera no está ahora para grandes despliegues, me centraré en comentar algunos hallazgos narrativos de Threesomes, que es la me ha gustado. De la otra novela corta, de El increíble Springer, me limitaré a decir que me recordó a una suerte de Mr. Vértigo paul-austeriano, pero con bicicletas, venta ambulante de pescado y un futbolizado sabor uruguayo. Y yo no soy muy de ese palo, del toque fantástico austeriano, digo, qué va a ser (de las bicicletas y el pescado, sí: a muerte).

El campo de golf como lugar de encuentro de ricos y pobres

Hay una idea de Threesomes que me pareció estupenda: el uso del campo de golf como territorio narrativo. O, más exactamente, la elección de ese espacio para mostrar cómo se entrecruzan la clase más alta y la más baja en Punta del Este, una elitista ciudad de veraneo uruguaya (algo así como un Puerto Banús español). En términos narrativos, el campo de golf ofrece una ventaja difícil de encontrar en otros escenarios: los personajes pueden caminar juntos varias horas, mientras recorren a pie un precioso y arbolado campo verde. Y eso, claro está, facilita la interacción.

Eso no implica que ricos —jugadores— y pobres —empleados— estén en pie de igualdad, sino que unos y otros pasan más rato juntos del que que hubiera sido posible de otro modo. El narrador nos lo dice así:
Morán estaba seguro de que, si se hubiese cruzado con la Sra. Etchegoyen en la calle, la mujer se cuidaría muy bien de no tener mayor trato con él.
Morán es el caddie de la Sra. Etchegoyen, la esposa del vicepresidente del club de golf y alto directivo de un banco argentino. Además de posición social, la Sra. Etchegoyen puede presumir de cuerpo: ha pasado los cincuenta sin haber perdido la tersura en las piernas y la delicadeza en los brazos, es decir, sigue estando de buen ver y de mejor tocar. Es lo que tiene no tener que partirse el lomo trabajando, cuidando niños o preocupada por llegar a final de mes: evita muchas arrugas y deja tiempo libre para tonificar el cuerpo.

A sus bondades físicas, la Sra. Etchegoyen suma al menos dos atributos intelectuales —por llamarlos de algún modo— derivados de disfrutar de las ventajas de una musculosa cuenta bancaria: la displicencia en el trato con el prójimo y la seguridad en sí misma. Es decir: conoce perfectamente qué lugar ocupa en la sociedad y cuál ocupan los demás, y no tiene confusiones al respecto. Para ella, un caddie es un caddie y un banquero es un banquero. Y el sexo no altera ese orden.

Por su parte, Morán parece no superar los 30 años, viene de una familia humilde, vive en una casa modesta y se casó hace algunos años con una chica del barrio. Si bien él es un tipo trabajador y podría ser relativamente feliz, fue lo bastante idiota para casarse y tener hijos con alguien con quien tiene poco en común. Ella es una especie de choni de barrio española, de carácter insoportable, que no trabaja, mete por las tardes a todas las amigas en casa para ver juntas la tele y que considera a su marido como el proveedor de cuanto ella decida. Ejemplo: si las quinceañeras del barrio van en moto, su hija, cueste lo que cueste, también.

Conclusión: Morán prefiere trabajar el día entero arrastrando un carrito con palos que se llaman hierro, madera o putter, loma arriba, loma abajo, antes que regresar pronto a casa.

Los ricos no son gente como nosotros...

Así las cosas, a Morán le sale la oportunidad de trabajar de caddie para la Sra. Etchegoyen y ese encuentro implica para él un aprendizaje inesperado, en particular porque la cosa termina en sexo. Y si bien para la Sra. Etchegoyen aquello es sexo entre los arbustos y nada más, para Morán la cosa va un poco más allá; de hecho, se siente fascinado por haber convertido en alcanzable a una mujer de las que él consideraba «inalcanzables, o simplemente inexistentes». Y presa de esa ingenuidad, cae en un trampa —una ficción— que él mismo se fabrica, y cree que hay «una disposición especial del aire que iba y volvía entre él y la Sra. Etchegoyen».

Ah, el amor y ese halo que envuelve a quienes caminan por la vida apoyados en la rotundidad de su cuenta bancaria... ¿Quién genera esa fascinante atmósfera que los acompaña: el rico, que sabe o necesita irradiarla, o el pobre, que de repente se da cuenta de todo lo que le falta y siente una atracción fatal?

Ya lo cantaba La Costa Brava allá por 2006: el aroma de las chicas de las familias bien «es tan distinto que uno se esfuerza en averiguar el secreto de sus besos». Algo de eso le sucede a Morán, que se esfuerza por comprender a esa señora que solo reclama de él que la embista con rapidez y que no tiene necesidad de hablar con él. Una señora que, pese a que dobla en edad a su esposa y sea más disfrutable que ella, él concluye que «no era nada especial».

Y ahí está su error: Morán llega a creer que el sexo lo pone en situación de igualdad, que él puede ser incluso algo más que una mera anécdota del verano de la Sra. Etchegoyen. Que su relación con ella puede ir más allá de la estricta funcionalidad. A este Morán le hubiera venido bien escuchar antes a otro Morán, escritor español y de nombre Gregorio, quien comentaba hace unos meses en una entrevista que los ricos no son gente como nosotros, pero con más dinero; los ricos son distintos, son otra cosa. Threesomes cuenta muy bien precisamente eso: la esposa de un banquero no es una choni de barrio, pero con más dinero, por más que se empeñe el caddie de Morán. Los ricos, dicho está, son... otra cosa.
*

PD. Por si alguien tiene interés, enlazo la entrada que le dediqué a El maestro en el erial, de Gregorio Morán.

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