24 de octubre de 2014

Valle-Inclán visto por Gómez de la Serna


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Yo le oí alguna noche [a Valle-Inclán] su teoría del escribir, según la cual hay tres maneras de escribir: de rodillas, de pie y en el aire. De rodillas escribió Homero, que se redujo a adorar a sus héroes, a glosar sus hechos con una admiración suprema. De pie escribió Shakespeare, que ponía a los hombres y sus problemas delante de él y los discutía y los resolvía como mejor lo parecía. En el aire escribió Cervantes, que idealizaba en el aire y en el viento a sus personajes, dejándoles colgados de lo aéreo.

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Son las palabras —ha dicho él [Valle-Inclán]— espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo, matrices cristalinas; en ellas se aprisiona el recuerdo de lo que otros vieron y nosotros ya no podemos ver por nuestra propia limitación mortal. Las palabras imponen normas al pensamiento, lo encadenan, lo guían y le muestran caminos imprevistos. De la baja sustancia de las palabras están hechas las acciones. Las palabras son humildes como la vida.

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—Ya ve usted —le decía una vez un joven escritor—, no hay manera de hacer dinero, ni aun siendo como usted, un prestigio.
—No me interesa —respondió él—; nunca he sentido una voz que me diga: «No seas pobre» o «Hazte rico»... Solo he oído la voz que me aconseja: «Sé independiente».

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—¿Se habrá acabado el arte, don Ramón?
—El arte no se acaba nunca —me repuso—, y no se acaba nunca porque el arte sirve para pasar el invierno, ya que el arte es siempre primavera.

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[...] En esos momentos graves hubo de recurrir a una transfusión de sangre. Don Ramón se defendió de las propuestas voluntarias que llegaban a su lecho, pues varios compañeros de letras se dispusieron a prestar su sangre al glorioso maestro. Don Ramón, incorporado sobre sus almohadas, gritaba:

—No, de ese no, porque no es cosa que cuando esté convaleciente me dé por escribir cuentos de niños... Y de ese otro tampoco, porque ése tiene la «sangre cargada de gerundios».

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Cuando se me planteó el problema de tener que escoger una manera de vivir, pensé enseguida: «Yo tengo que buscar una profesión sin jefe». Y me costaba trabajo. Pensaba en ser militar, y se me aparecían los generales déspotas, dándome órdenes estúpidas. Pensaba en ser cura, y en seguida surgían el obispo y el Papa. Si alguna vez pensé en ser funcionario, la idea del director me preocupaba... Sin jefe solo existe el escritor.

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Todos los fragmentos proceden Don Ramón María del Valle-Inclán (Espasa-Calpe, 2007), escrito por el otro Ramón: Gómez de la Serna.

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