16 de diciembre de 2008

La mujer calva, Cristina Cerrada

Qué libro delicioso La mujer calva y qué buena escritora Cristina Cerrada. Ya me he leído las 183 páginas de la novela, y he parado en la 55 de la relectura para poner en limpio algunas notas; pero calculo que aún degustaré varias hojas más. Releo por placer; pero también porque el mecanismo narrativo lo exige: la complejidad estructural que funciona como andamiaje de la narración invita a ello. Como con Raymond Carver, me toca volver sobre mis pasos hasta encontrar aquel dato revelado como al pasar y que no supe captar a tiempo, reordenar con más calma la cronología de los acontecimientos o aprehender mejor desde el tono qué clase de mujer es Lailja, la protagonista. Entre tanto reconstruyo mi lectura.

Lailja ronda los 35 años, trabaja como profesora en una escuela, está divorciada desde hace tiempo y hace veinte años que perdió la pista de su padre. Lejos de haber podido superar los embates de la vida, tiene una vida emocional frágil. Y, por si le faltaba algo, en el lapso de unos pocos años, debe afrontar dos hechos que ponen a prueba su precaria edificación personal: primero la muerte de su padre, y luego la petición-imposición de sus dos hermanas para que aloje a mamá cuando esta se hace mayor y no puede valerse por sí misma. Si Lailja ya era una mujer en crisis, desovillar en este contexto la madeja asuntos de familia y sobrevivir, además, a las urgencias del deseo no mejora la aluminosis que padece su identidad.

En la novela, todo resulta bastante más enredado que como lo explica el párrafo anterior. El texto está narrado en presente y marcado por la distancia que establece la 3ª persona del singular; sin embargo, esa frialdad viene contrarrestada por las constantes analepsis (incluso en mitad de una línea el narrador hace viajar atrás en el tiempo al personaje y varias oraciones más adelante lo devuelve al presente). También por un desarrollo no secuencial del argumento, sino roto en mil y un pedazos para que el lector los recomponga capítulo tras capítulo. Como en la narración oral, como en esas eternas conversaciones sobre la familia, en La mujer calva el patrón estructural descansa sobre todo en el capricho del recuerdo o en la asociación casual. Cada vez la puerta de entrada al meollo de la cuestión es diferente, pero la intención siempre es la misma: comprender mejor quién es uno y por qué.

Uno de los grandes aciertos de la novela es que eso se disfruta desde el cómo está contada la historia. Los párrafos son largos, la capitulación breve o los diálogos están dentro del párrafo del narrador... Los recursos narrativos están orientados a que la atención recaiga sobre Lailja, sobre lo que siente y piensa, sobre lo que ella escucha que dicen los demás y la clase de evocaciones que esas palabras le producen. Con un trabajo minucioso a la par que sutil, Cerrada consigue literatura de alto nivel, logra realmente que la forma sea el texto.

Y es que la historia en sí importa poco; lo vital es el sentimiento de desorientación identitaria que anida en el libro y que acompaña al lector tras cerrarlo. Lailja es una mujer vulnerable y que transmite a cada segundo que es la vida y no ella quien toma las decisiones importantes. De hecho, desea a dos hombres completamente distintos y que le generan sentimientos diametralmente opuestos, pero su proceso de decisión es caótico y termina con ella rapándose el pelo al cero para purgar la culpa. Para Lailja estar a la deriva, zozobrar, es la manera natural de relacionarse con el mundo.

Además del asunto de la identidad, la autora plantea otras preguntas a través de su personaje, todas implícitas o relacionadas con el tema central. Las dos más importantes son cómo prepararse para afrontar la muerte de los padres o qué hacer cuando estos se hacen mayores y deben vivir con los hijos. Lejos de abordar situaciones idílicas, Cerrada reflexiona sobre aspectos espinosos; a saber: ¿están los hijos preparados para aceptar a sus padres en casa y pasar por alto las deudas o reproches pendientes?, ¿en qué lugar coloca uno que mamá invada tu casa y te diga que prefiere a su ex yerno que a tu novio actual?

Por suerte, la hondura en el tema no viene dada por latosas reflexiones discursivas, sino por un refrescante continuo de imágenes de una nitidez infrecuente. Símiles como «Sus hombros son como una cortina que oculta lo que hay detrás» o «Por la ventana del despacho, la cremallera de luces se retuerce como la cola de un alacrán» cautivarían incluso a un duro como Raymond Chandler. Imágenes como «Tras el cristal se han reunido una miríada de gotas que forman un mapa indescifrable» demuestran capacidad de observación y un sentido innato para apreciar la belleza en los pequeños detalles. Y oraciones como «Los músculos se le relajan tan de golpe que se siente hecha sólo de carne» reflejan exactitud al mezclar lo sonoro con lo táctil. Por eso es un placer leer esta novela, releerla y escribir sobre ella.

Un último apunte. Hay un detalle que reconstruye por completo el libro: el primer y el último capítulo tienen el mismo contenido pero dispuesto de diferente forma. En el primero, la información está organizada como un solo párrafo, mientras que en el último lo está en cuatro. Misma información, diferente manera de contarlo. En ese texto, Lailja, la mujer calva, se acaricia el «musgo milimétrico» que recubre su cabeza, se pregunta sobre la inocencia y considera que haberse cortado el pelo así, al cero, le ha hecho ganar «en simetría» y que ahora está más bella que nunca. Entre un capítulo y otro, además de todo un concepto de literatura puesto al servicio y deleite del lector, puede palparse la vulnerabilidad como una manera de estar en el mundo. Al comenzar a releer la novela, al menos este lector lo hace ya pensando en aquello que decía Rilke: «Lo que finalmente nos resguarda, es nuestra desprotección».

*

La mujer calva, Cristina Cerrada.
Lengua de Trapo, Madrid 2008.

Entrevista en Teína: clic aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario